Un joven paulistano estaba lejos de su ciudad, en un congreso para profesionales en administración de empresas y afines. Administrador de los más competentes, estaba entusiasmado con el viaje y las oportunidades de aprendizaje y negocios, a causa de los contactos que el evento de una semana le proporcionaría.
En una ciudad del litoral del Nordeste brasileño de gran convocación turística, los participantes fueron hospedados en un gran hotel en la costa, donde también se realizaban las conferencias y cursos.
Ya en los primeros eventos, una muchacha de otra provincia estaba siempre cerca. Sentada a poca distancia de él, siempre lo admiraba. En el almuerzo, ya conversaban. En la cena, con otros participantes, la joven demostraba interés por el muchacho. Él la trataba con educación, pero no pasaba de eso.
A la noche, en el cuarto del joven, la TV estaba encendida, pero él no prestaba mucha atención. Con los dedos de la mano derecha, acariciaba y admiraba la alianza dorada que tenía en la izquierda. Había alguien en San Pablo que lo esperaba.
De hecho, muchos contactos con potenciales socios de negocios sucedieron en esos días. Los cursos demostraban ser aún más interesantes de lo que el joven de San Pablo se imaginaba. Él estaba aprendiendo mucho.
Inclusive sobre él mismo.
La joven que demostraba interés se acercaba cada vez más. Encontraba una manera para estar con él siempre que no había alguien cerca. Él cambiaba de tema. Entendía muy bien lo que sucedía, pero lograba mantener la sensatez. Notó que, en la mano derecha de ella, una alianza también se hacía presente. La muchacha era bonita, inteligente, muy atractiva en varios sentidos. Y nítidamente quería algo con él, que no tenía nada que ver con conferencias y talleres.
Haciéndose el desentendido, el tiempo fue pasando.
La última noche del congreso, una gran fiesta les fue ofrecida a los participantes. No fueron pocas las parejas formadas casi de improvisto. El joven paulistano terminó de comer algo y se levantó, despidiéndose de la gente. Su vuelo saldría temprano el día siguiente y quería descansar después de una semana muy movida. La joven que se insinuó todo el tiempo, desde otra mesa, se levantó y lo acompañó.
En el ascensor, ella tomó la iniciativa:
– Pienso que llegó el momento de que vayamos al cuarto.
– Sí. Esperé ese momento todo el día.
– ¿En serio? – Dijo ella, con una sonrisa que demostraba sus intenciones y un poco del grado etílico de lo que había tomado.
– ¡Claro que sí!
– ¿Puedo saber el motivo? – le preguntó y fue acercándose.
Él, sin sarcasmo o sin creerse superior, siempre educado:
– ¡Claro! Es el momento en que mi esposa llega de la facultad y conversamos por teléfono, para no extrañarnos tanto y ver si está todo bien el uno con el otro. Lo mejor es que mañana no necesitaremos llamarnos por teléfono para eso.
La muchacha cambió de expresión e interrumpió los pasos en dirección a él.
El joven, al salir, le deseó una buena noche a la muchacha – que no respondió, mirando el panel de control del ascensor.
No depende de las circunstancias
La historia anterior muestra algo que debería ser muy simple entre una pareja. Muestra compromiso.
El joven no dejó de cumplir sus deberes de marido solo porque estaba lejos. Continuó con su esposa, honrándola como tal, aun en su ausencia.
No es difícil imaginarse su alegría al llegar a casa, dejar de extrañar completamente a su amada y, al acostarse con ella al final del día, poder sentirla cerca sin la necesidad de esconder algo, ya que la consciencia estaba tranquila. Si hubiera algo malo en él, ella lo sentiría. Sin embargo, abrazados allí en la cama, el sueño vino, bueno y tranquilo.
La historia es real. Como real debe ser el compromiso. Pero, no solo el compromiso con la esposa, el marido, los prometidos, los novios.
El compromiso con Dios.
Muchos incluso piensan que están comprometidos con Él. Decirle “yo te amo” a la esposa o al marido es lo más fácil del mundo. Amarlos de verdad, honrarlos, es otra cosa, muy diferente. Existe quien diga que lo ama todos los días, y aun así deja que un intruso o una intrusa tome un lugar en el matrimonio que no pertenece a ellos.
Decir que es de Dios también es fácil. Pero ser separado para Él de verdad…
El compromiso con Dios también es 24 horas por día. Él nos protege, nos guía, nos fortalece y suple nuestras necesidades, pues también está comprometido con nosotros. Pero, ¿y de nuestra parte? ¿Qué debemos cumplir?
En el compromiso entre una pareja, hay derechos y deberes que, respetados, proporcionan a ambos un matrimonio realmente feliz, y no solo una unión cómoda, como muchos tienen.
En el compromiso con Dios, también hay algunos elementos que debemos observar.
La renuncia, por ejemplo. Renunciamos a nuestra voluntad para poner la de Él en primer lugar. Renunciamos a la carne y a sus inclinaciones pecaminosas.
La disciplina es otro elemento. Un matrimonio requiere ciertas actividades entre la pareja, que mantiene la relación confortable y fuerte. Un cristiano disciplinado ora, medita en la Palabra, ayuna, se llena del Espíritu Santo y frecuenta las reuniones en la iglesia. Y todo eso mueve y desarrolla su fe.
El compromiso con Dios es determinado por el amor al Señor Jesús y la valorización de Su sacrificio en la cruz por nosotros. Por los dones que recibimos del Espíritu Santo – ¡y usamos! Y por la consciencia de que fuimos llamados por Él.
Y, como compromiso, debemos cuidar esa relación con Dios. No ocupe el tiempo que debería ser de Él con otras cosas. Como en un matrimonio, el compromiso con Dios es aprendido, ejercitado y mantenido en el día a día.