La depresión infantil es la enfermedad psiquiátrica más frecuente en la infancia y adolescencia, según la Organización Mundial de la Salud. Vanesa fue víctima de ese mal y relata: “Cuando cumplí ocho años, me invadió una tristeza muy profunda y pensé: ‘No quiero cumplir más años’. Mis padres se ocupaban de lo material, pero faltaba la parte afectiva”.
A eso, se sumaban los tormentos espirituales. “Tenía insomnio, sentía que había una presencia en la habitación. Muchas veces iba al colegio sin dormir”, señala.
En su adolescencia, los problemas se intensificaron. “Era introvertida, conflictiva e insegura, sufría de bulimia y anorexia. A mi mamá le echaba en cara su ausencia y nos decíamos frases hirientes”, detalla.
Creció en ese contexto y las drogas aparecieron en su vida: “Conocí a un músico, nos fuimos a vivir juntos, iniciamos proyectos y, en paralelo, empecé a consumir marihuana, cocaína, ácido, pepa, pastillas y hongos”.
“Tiempo después, nos separamos y me volqué a mi carrera. Me refugiaba en la música, pero, cuando llegaba a mi casa, ya no estaban los aplausos y me encontraba con eso que cargaba desde la infancia: la angustia. Entonces, abusaba aún más del alcohol y las sustancias”, señala.
Llegó al punto de tener que hacer un tratamiento psiquiátrico: “No quería seguir viviendo, tuve tres intentos de suicidio. Me diagnosticaron maniacodepresión”.
Fue así como inició una internación domiciliaria. Sobre esa etapa, comenta: “Estuve medicada durante un año y medio. A los siete meses de tratamiento, me autorizaron volver a trabajar, pero la depresión y los ataques de pánico seguían. Fue el peor momento de mi vida, necesitaba medicarme más”.
“Fueron treinta años de sufrimiento y tristeza”, señala. Luego de tanto dolor, tomó una decisión. “Me invitaron a asistir a la Iglesia Universal y fui. Estaba muy incómoda, medicada, no quería que nadie me hablara, pero, aun así, sentí paz”, recuerda.
Ella comenta: “Empecé a practicar la Palabra de Dios, a escuchar sobre el arrepentimiento y Le dije a Dios: ‘No me arrepiento de nada, ayudame’. Inicié una relación sincera con Él y vi lo que yo estaba haciendo mal. Pedí perdón y cambió mi manera de pensar, no me sentí más sola”.
Así, Vanesa le dijo adiós a su pasado. “Cerré las redes sociales y empecé de cero, dejé de lado lo que me hacía mal. La tristeza, la inseguridad, los ataques de pánico y la ansiedad quedaron atrás. Ya no necesito el cigarrillo, las drogas ni el alcohol. No siento el vacío ni los deseos de quitarme la vida”, subraya.
Eso no fue todo. “Recuperé mi trabajo, inicié un emprendimiento y la relación con mi familia cambió. Hoy no me imagino sin el Espíritu Santo. Es mi guía y mi fuerza”, concluye.
Ella asiste a la Iglesia Universal ubicada en Av. 7 N.º 1118, La Plata, Buenos Aires.