Constantemente vemos en los noticieros los estragos causados por terremotos en varias partes del mundo. Las imágenes son impresionantes: personas desesperadas, tambaleándose de un lado a otro, intentando asegurarse en algo sin lograrlo. Muchas acaban siendo alcanzadas por las construcciones que se derrumban a causa de los temblores. Cráteres y grietas se abren en la tierra. Daños gigantescos y vidas perdidas de forma repentina e inesperada. ¿Usted ya intentó imaginar cuál es la sensación de sentir el suelo temblando bajo sus pies? Esa es una situación desesperante en la cual nadie desea estar.
Pero, lamentablemente, muchos que están en la Obra de Dios han provocado un terremoto devastador en sus vidas. La Biblia afirma que, cuando el siervo se torna rey, la tierra se estremece Proverbios 30:21-22. El suelo es sacudido, de manera que ya no se logra más estar en pie. Un verdadero terremoto sucede bajo los pies de los siervos que pasan a ser señores de sí mismos. Y todo lo que construyeron durante los años de servicio se desmorona en un abrir y cerrar de ojos.
Eso sucede porque lo que nos sustenta en el Reino y en la Obra de Dios es el hecho de tener, realmente, a Jesús como nuestro Señor. Su señorío es responsable por nuestra estabilidad y equilibrio.
Entonces, cuando alguien deja la condición de siervo y se coloca en el lugar de señor, ya no puede ser sustentado por Dios, tampoco puede sustentarse a sí mismo por mucho tiempo. Entonces comienzan los temblores: orgullo, pecado, autosuficiencia, rencor, relajación, codicia, malicia… Todos ellos causan grandes estragos. ¿Y quién logrará permanecer de pie con ellos?
Es por eso que muchos alegan abandonar la Obra por cosas tan pequeñas. Muchas veces por una palabra mal colocada, una orden más severa, una reprensión que no agradó, un consejo contrario a su querer o una injusticia son suficientes para que caigan. Pero, en realidad, no caen a causa de esas cosas, sino porque un terremoto ya estaba sucediendo debajo de sus pies, y sus estructuras ya habían sido sacudidas. Pasaron de siervos a señores, dejaron de servir porque querían ser servidos. Y, como no fueron ni pudieron ser, abandonaron lo que Dios les había confiado, como si le hubieran estado haciendo un favor al Altísimo.
Los siervos de Dios se mantienen de pie, pero los señores de sí mismos son tragados por la tierra que pisan. Fuimos llamados para servir, no para ser servidos. Todos los que cargan esa segunda intención dentro de sí perdieron la visión de lo que es la Obra, y no permanecerán en ella ni en el Reino de Dios – porque quien reina en sus vidas son ellos mismos, y ya no el Señor Jesús.
Colaboró: Cristiane Cardoso