Muchas personas no lo saben, pero viven alimentando una sanguijuela en sus vidas.
La característica destacada de ese parásito es que, al agarrarse y cortar la piel de su víctima, libera sustancias que dilatan los vasos sanguíneos, provocando una pequeña hemorragia y una especie de anestesia local, para evitar que la víctima note su presencia.
De esta manera, la víctima va perdiendo cada vez más sangre y, consecuentemente, se va debilitando de a poco, sin siquiera darse cuenta de lo que realmente le está sucediendo.
Haciendo una analogía con el lado espiritual, eso es exactamente lo que sucede con muchos cristianos. El diablo anestesia a la persona cautelosamente. Ella no se da cuenta de todo lo que está a su alrededor, y la pequeña hemorragia espiritual comienza.
De a poco, sin darse cuenta, la persona deja de orar, de leer la Biblia, de ayunar y de ir a la iglesia. A veces es por la falta de tiempo, otras, debido al trabajo, a los estudios, el cuidado de la casa, entre otras cosas.
Sin embargo, una vez que no se alimenta de la fe, de la Palabra de Dios, la persona se va debilitando espiritualmente. La anestesia se va tornando cada vez más fuerte y la sensibilidad con las cosas de Dios es mucho menor, casi imperceptible, hasta llegar al punto en el que la persona no tiene más fuerzas para continuar.
Todo sucede de una manera sencilla, y la persona ni siquiera entiende lo que sucedió. Pensamientos como, por ejemplo, “no voy mucho a la iglesia porque tengo que dar un buen testimonio en casa, dejando todo ordenado”; “mi vida es muy acelerada, trabajo y estudio”; “No hay problema si solo falto este domingo”; “estoy muy cansado/a, Dios entiende”, se volvieron comunes.
Cuidado. No deje que la sanguijuela tome posesión de su vida y lo lleve a la muerte espiritual. Tome una actitud inmediata y arranque ese parásito de su vida.
Vuelva a practicar aquello en lo que usted está en falta. Arrepiéntase y combata esa anestesia ejerciendo su fe.
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