Todo el mundo tiene derecho a un día malo de vez en cuando. Ese día en el que usted se levanta atrasado y ya se golpea la pierna con la punta de la cama. Va a cambiarse y la ropa que necesita no está planchada. Va a tomarse un café y descubre que se terminó el azúcar. Va a tomar el transporte público y la fila está tres veces más larga que lo normal (o enciende el auto en el garaje y descubre que el combustible está en reserva).
Llega atrasado al trabajo y es recibido con miradas torcidas de los que llegaron más temprano. Va al baño en su hora de descanso y descubre (cuando ya está en una posición comprometedora, claro) que se terminó el papel higiénico. Vuelve al trabajo y recibe esa visita inesperada del compañero del otro sector que no para de hablar de todo menos de lo que le importa. Y allí se va una hora importante más de su día.
El patrón pasa exactamente en ese momento, lo ve charlando y piensa que usted, además de llegar tarde, está tan ocioso que encuentra tiempo para conversar con el compañerito del otro sector. Entonces, lo llama y le da una nueva responsabilidad que simplemente le va a arruinar toda su rutina de trabajo.
El día se desarrolla sin mucha más suerte y usted, estresado, finalmente ficha su salida y enfrenta el tránsito de regreso a su casa. Va pensando en llegar, bañarse, y simplemente relajarse haciendo absolutamente nada. Después de todo, fue un día de cero productividad y piensa acertar en por lo menos una cosa hoy: recuperar las energías para un mañana mejor.
Entonces, abre la puerta de su casa y es recibido con:
*“¿Por qué tardaste?”
*“¿Por qué no compraste la leche que te pedí que compraras?”
*“¿Por qué no atendiste cuando te llamé?”
*“¿Cuándo es que vas a limpiar esta casa que está hecha un desorden?”
*“¿Sabías que se acabó el azúcar?”
*“¿Viste la cuenta del teléfono?”
*“No me prestas atención.”
*“Tenemos que hablar.”
Claro que eso no le sucede solamente a usted. Su marido, esposa, hijo, padre, madre, patrón – todos tienen sus días malos. Cuando usted nota que esa persona está teniendo uno de esos días, ¿qué tal hacer lo que a usted le gustaría que le hicieran?
Dé un descuento. Deje que la otra persona se desahogue. Si no puede ayudarla, no la moleste. No le empeore ese día. Recuerde que ella no es así siempre. Mañana estará mejor. Y muy agradecida por su comprensión.
Es como en los negocios. Es dando un buen descuento que ganamos un cliente. Y es dando un buen descuento que salvamos nuestras relaciones.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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