Indudablemente, Dios pone a nuestra disposición todo lo necesario para la construcción de una vida plena en todos los aspectos: espiritual, físico y material. La fe sacrificial e inteligente es la llave que abre todas las puertas y nos da acceso a las herramientas que nos ayudan a construir una vida de calidad.
No es que sea fácil, pues todo lo que Dios prometió “tiene que ser conquistado”. Es aún más difícil por el hecho de que estemos cruzando el desierto.
La jornada del pueblo de Israel, desde que salió de Egipto hasta la conquista de la Tierra Prometida, fue una previa de lo que nosotros, los cristianos, tendríamos que pasar para conquistar el Reino de los Cielos.
Sabemos que el pueblo podría haber sido llevado a la Tierra Prometida por un camino paralelo al desierto, donde no hubiera tenido que exponerse a los peligros de ese lugar. Pero Dios escogió el desierto para preparar una nación, pues una multitud de gente puesta en una tierra rica no representa una nación. Tenían que recibir las reglas y las leyes, la identidad de ciudadanos y, por encima de todo, reconocer que vivirían bajo un régimen Teocrático (Gobierno de Dios).
Por eso, Dios escogió el desierto para que allí Su nación fuese formada. Sin embargo, el desierto reveló corazones obstinados, rebeldes e incrédulos, lo que hizo que Dios dejara allí en el desierto a esa generación orgullosa, con excepción de Caleb y Josué.
Y la ira del Señor se encendió entonces, y juró diciendo: No verán los varones que subieron de Egipto de veinte años arriba, la tierra que prometí con juramento a Abraham, Isaac y Jacob, por cuanto no fueron perfectos en pos de Mí; excepto Caleb hijo de Jefone cenezeo, y Josué hijo de Nun, que fueron perfectos en pos del Señor. Números 32:10-12
Sin embargo, dos tribus y media, más precisamente la tribu de Rubén, Gad y la mitad de la tribu de Manasés, lograron “prosperar” en el desierto. Usaron la fe y conquistaron ganado en gran cantidad (Números 32:1). De hecho, el desierto puede ser insoportable para muchos, pero, existen aquellos que por la fe encuentran oportunidades y terminan siendo extremadamente prósperos allá, como en el caso de Isaac y su realización económica en una tierra que era castigada por la falta de lluvia. Nada de malo en conquistar en el desierto, si la conquista no hace que la persona desconsidere la maravilla de poder entrar en la Tierra Prometida, que en nuestro caso es el Reino Eterno de nuestro Señor Jesús.
En Números 32, encontramos a los hijos de Rubén y a los de Gad insistiéndole a Moisés para que les permitiera que se quedaran con la posesión de las tierras “de este lado” del Jordán, pues, según ellos, era excelente para el ganado que poseían. Moisés incluso pensó que ellos tenían miedo de entrar a la Tierra Prometida y luchar contra los pueblos que allí habitaban, y condicionó la concesión del pedido: ¿Irán vuestros hermanos a la guerra, y vosotros os quedaréis aquí? Números 32:6
Y continuó: Si lo hacéis así, si os disponéis para ir delante del Señor a la guerra, y todos vosotros pasáis armados el Jordán delante del Señor, hasta que haya echado a sus enemigos de delante de sí, y sea el país sojuzgado delante del Señor; luego volveréis, y seréis libres de culpa para con el Señor, y para con Israel; y esta tierra será vuestra en heredad delante del Señor. Números 32:20-22
Pero, para espanto de Moisés, ellos demostraron que no era el miedo a luchar lo que los había estimulado a que se quedaran de este lado del Jordán, incluso porque eran reconocidamente hombres valientes y de guerra, como está descrito en 1 Crónicas 12:8 y 5:18-22. El problema era mucho más serio: el corazón de ellos estaba en la gran cantidad de ganado que poseían. ¡Su riqueza se había tornado más importante que la Tierra Prometida!
Hicieron como le prometieron a Moisés, pues fueron juntamente con las demás tribus y conquistaron la Tierra Prometida, y aun después de ver las maravillas operadas por Dios en la conquista de la Tierra, como también su belleza, aun así, decidieron habitar de este lado del Jordán.
Muchos cristianos se han comportado de la misma manera. Conquistaron, y hoy el corazón está en aquello que alcanzaron, al punto de no priorizar más la Tierra Prometida, sino la administración de lo que se conquistó y, quien sabe, conquistar aún más. Repito, no está mal prosperar, al contrario, es así como Dios quiere que Su pueblo viva, pero, en el momento de cruzar el Jordán y entrar a la Eterna Tierra Prometida, hay que hacerlo SIN mirar atrás, y no seguir el mal ejemplo de la mujer de Lot.
Lea más sobre estas tribus y descubra que existieron muchos problemas para ellos, incluso haber sido llevados cautivos.
En 1 Crónicas 5:24-26 dice que la tribu de Rubén, la de Gad y la mitad de la tribu de Manasés fueron llevadas cautivas por los asirios a causa del desvío de esas tribus hacia la idolatría, pecado que Dios abomina.
¿Y usted? ¿Va a quedarse de este lado del Jordán con los “ganados”, o cruzará el Jordán y tomará posesión de la Tierra Prometida? ¡La elección es suya!
Colaboró: Obispo Randal Brito