Falta de aire, el dolor aprieta el pecho, los músculos están tensos y la voz tiembla. Ella sabe que no es un miedo normal, huye de su control. Transpira en exceso, siente hormigueo en las manos y se le reseca la garganta, todo sucede en una cuestión de segundos.
Es un pavor incontrolable, un pánico que la frena, la deja dura, inerte. Salir de casa es demasiado amargo y triste. Ella no lo logra. Tampoco logra hacer las actividades de todos los días.
Por ese miedo absurdo, no tiene paz, ni de día, ni de noche. Duerme (cuando lo logra) y se despierta con la misma sensación sombría y desesperante de que algo o alguien la ha perseguido y le ha quitado su paz. Una vez que queda sin reacción, no logra cuidarse ni cuidar a su familia, y sufre. Sufre mucho.
Se siente presionada. Las ideas no fluyen. Siente como si estuviera sobrecargada. De todo lo que hace, nada es productivo. Todo es motivo para tener miedo, angustia, desesperación.
La tormenta vivida por Solange (nombre ficticio), parece no tener fin; empezó siendo joven, siguió después de casarse, y más tarde, como madre de sus hijos.
De pronto, comenzó a tenerle miedo a todo. Miedo a salir a la calle, a ir a la panadería, a bañarse, a levantarse de la cama, incluso a volverse rehén de algo inexplicable.
Por otro lado, su marido, no sabía qué hacer. Sus hijos aun pequeños y totalmente dependientes de su mamá, permanecían quietitos y agachados, intentando entender las razones que llevaban a su mamá a comportarse de esa manera.
No maltrataba a los niños, no les hacía ningún mal, sin embargo, no tenía fuerzas para cuidarlos como le hubiera gustado, tal cual lo necesitaban.
“Levantarse de la cama era un martirio. Bañarse era terrible, el agua me causaba miedo”, revela Solange, quien, a pesar de todo, contaba con el apoyo de su familia, de su marido y de uno que otro vecino.
Los médicos decían que sufría de síndrome de pánico. La medicaban, pero el problema no terminaba. Eran solo paliativos.
Entienda el problema
Según Olga Tessari – psicóloga, psicoterapeuta y escritora – las crisis de pánico, en realidad, es una reacción de alerta del organismo.
“Normalmente, se desencadena en situaciones donde hay una percepción de peligro real o de emergencia: es un conjunto de mecanismos físicos y mentales del organismo que permiten que la persona reaccione a una amenaza y cumple una importante función para la supervivencia. Para algunos, esa alarma se dispara sin ningún motivo aparente (es como si la alarma estuviera defectuosa, tocando porque sí). Para empeorar la situación, es común que las personas que tienen pánico tengan miedo a los lugares donde se produjo la crisis”, revela.
Quien sufre este mal tiene algunas características que lo demuestran, destaca la profesional.
“En general, es una persona llena de miedos, a la que no le gusta salir de su casa, que se rehúsa ir a lugares desconocidos o donde hay aglomeración de personas: solo va si realmente es necesario, estando siempre con alguien confiable a su lado (ella jamás va sola). Las personas que tienen pánico, en su mayoría, son jóvenes (franja etaria de 21 a 40 años) y están en la plenitud de sus vidas profesionales”, destaca.
El perfil de su personalidad suele presentar muchos aspectos en común. “Generalmente son enormemente productivas a nivel profesional, acostumbran asumir una carga excesiva de responsabilidades y quehaceres, son muy exigentes consigo mismas y no conviven bien con las fallas o imprevistos, ya que tienen una tendencia perfeccionista con una excesiva necesidad de tener el control y de tener la aprobación de los demás”, explica.
El problema afectaba a la familia
Solange cuenta que su marido siempre fue muy compañero, sufrió su dolor, pero no se podía quedar en casa con ella, tenía que trabajar, por eso la dejaba con los niños, pero se iba con el corazón en la mano.
“Los niños vivían a base de leche todo el día, ya que era lo único que lograba prepararles, prácticamente me arrastraba hasta la cocina”, recuerda, con lágrimas en los ojos.
Solange acostumbra decir que no sabe cómo sobrevivió tanto tiempo así. Era ella y los niños, pero Dios los guardó, los protegió, garantiza segura. “Era el plan de Dios. Sólo Él pudo ser.”
Pero un día la situación cambió y cambió para mejor, para mucho mejor.
¿Cómo? Cuando ella conoció un poder liberador llamado “certeza de que podría superarse” por medio de la fe en el Señor Jesús, a Quien le fue presentada en una de las reuniones especiales de liberación, que se realizan en los templos de la Universal, por la invitación de una vecina.
La primera noche, después de participar de la reunión, Solange dice que logró dormir como nunca, en paz, y que se despertó con una nueva visión del mundo. Ya no estaba despavorida.
Aprendió que tenía motivos para vivir y decidió cambiar, enfrentar la vida, los miedos, las fobias, el pánico, y toda suerte de males que la medicina le mostraba en cada consulta médica, en cada nuevo examen.
Optó por la acción de la fe, por un cambio de vida. Y así, poco a poco, fue adquiriendo confianza en la vida, en las acciones y, principalmente, comprendiendo que por detrás de todo su dilema había un mal, causador de toda aquella tormenta.
Y ella se liberó, hizo su parte, se entregó a Dios y todo se transformó.
Hoy no sabe más lo que es sufrir, sus hijos crecieron, se convirtieron en personas de bien, comprometidos con Dios. Ella y su esposo también.
Y esa seguridad adquirida en la vida no es solo por hoy, no se terminará mañana ni pasado mañana. Porque la Fuerza que tiene ahora es la que está al frente de su vida.