Es impresionante cómo las hijas se parecen a sus madres. Yo me parezco mucho a mi madre y mi hija se parece mucho a mí. No estoy hablando precisamente de la apariencia física, aunque hay rasgos indiscutibles, sino del carácter, de las actitudes, del comportamiento.
Nosotras somos el ejemplo más cercano que ellas tienen, por eso, pesa sobre nosotras las madres una gran responsabilidad: la de ser un modelo positivo en la vida de nuestras hijas.
La forma en la que usted trata a las personas, cómo cuida la casa y a la familia, la forma en la que usted respeta a su marido, la manera como encara sus responsabilidades del día a día. Ella observará todo eso durante el tiempo en que viva bajo el mismo techo.
Un día, cuando su hija se transforme en una mujer y comience a formar su propia familia reproducirá exactamente lo que aprendió de usted.
Tal vez usted, madre, me diga: “No concuerdo mucho con eso, pues mi hija es lo opuesto a mí, yo le enseñé lo que es bueno, pero ella solo hace lo que está mal”. Ahí entra en cuestión lo espiritual, un problema que muchas madres han solucionado luchando con Dios. Por la fe ellas logran ver a sus hijas totalmente transformadas.
Por último, lo más importante, mis queridas madres, pásenles a sus hijas una fe sólida, en el Único Dios que es justo y verdadero, el Dios de la Biblia.
Pues ese es el único camino que nos garantiza que nuestras hijas serán mujeres de valor y valoradas. Mujeres que serán un modelo a seguir para una sociedad que tanto las necesita.
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