El que pone su mirada en los errores de los demás, tiende a ignorar los suyos. Eso fue lo que le sucedió al pueblo de Israel cuando los muros de la ciudad fueron destruidos por los enemigos.
Sin embargo, Nehemías actuó diferente. Él estaba indignado al ver la situación calamitosa de la ciudad, pero eso no fue un motivo para culpar a otros por esa desgracia. Reconoció que esa destrucción se debía a que él y su pueblo habían pecado delante de Dios. Observe su oración:
“… Confieso los pecados que los hijos de Israel hemos cometido contra Ti. Sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. Te hemos ofendido gravemente y no hemos guardado los mandamientos, las leyes y los decretos que mandaste a Tu siervo Moisés.” Nehemías 1:6-7
Jerusalén estaba en ruinas porque ellos se habían alejado de Dios. Nehemías tomó las riendas del problema e hizo que los habitantes reaccionaran y dejaran de postrarse delante de esa situación.
“Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio.” Nehemías 2:17.
El tiempo pasó y la historia se repite. La humanidad insiste en alejarse cada vez más de Dios y, por ese motivo, está pagando el precio.
¿Cuál ha sido su ruina? ¿Un pecado, un error, el conformismo?
No mire la vida de los demás, no busque culpables, ni se lamente por los errores que usted cometió en el pasado. Reconozca sus fallas y busque reedificar su vida a través de su comunión con Dios.