Muchos hombres caen en el engaño de creer que un error los condenará por el resto de sus vidas y que siempre deben castigarse por eso.
Por ejemplo, hay algunos que piensan que, si el primer matrimonio no funcionó, nunca más podrán casarse de nuevo o ser un buen marido. Si cometieron adulterio, caen en la mentira diabólica de que nunca serán capaces de ser fieles nuevamente. Si traicionaron, pueden llegar a pensar que ninguna mujer, nunca más, merecerá la confianza de ellos. Mientras tanto, otros dejan su pasado atrás y son felices en nuevas relaciones, o en la misma, cuando logran corregirse a tiempo.
Un exconvicto puede ser estigmatizado por una gran parte de la población. Él pagó por sus delitos como debía, tiene una nueva oportunidad de ser alguien útil para la sociedad y tener una vida decente. Sin embargo, en algunos casos, el descrédito proviene de él mismo: su cuerpo salió de la cárcel, pero su mente no. Él alimenta en su cabeza el pensamiento de que su vocación es ser delincuente. ¿Por qué algunos logran ser ciudadanos ejemplares después de cumplir sus condenas, mientras otros repiten los mismos errores de antes?
Nadie debe hacer la vista gorda con respecto a las fallas que cometió, como algunos hacen. Es verdad que los cobardes y egocéntricos tienen dificultad para reconocer sus errores. No obstante, un hombre de verdad sabe que debe pagar por lo que hizo y comprometerse a no volver a equivocarse. ¿Cómo no conformarse con los errores del pasado y dar vuelta la página? A través del arrepentimiento sincero y de las actitudes que deben seguir esta decisión.
El ejemplo de David
David es uno de los mejores ejemplos de esto. Este guerrero ilustre y rey de todo su pueblo, acertaba siempre que ponía a Dios en primer lugar, sometiéndose a Su autoridad. Pero una tarde vio a una mujer bañándose y se quedó obsesionado con ella. Era Betsabé, esposa de Urías, uno de sus soldados. En aquel entonces, tomó una de las peores decisiones de su vida: fue negligente con la voluntad de Dios y puso la suya por delante. Tuvo una aventura con Betsabé y la embarazó. Luego, armó una estrategia maligna para dejar a Urías solo en el frente de batalla y este fue asesinado por los enemigos.
El sabio profeta Natán tuvo el valor de confrontar al rey, quien vio su error y se arrepintió sinceramente. A través de este arrepentimiento, David se acercó a Dios nuevamente y pudo seguir adelante como un hombre y rey justo. Pero claro, antes tuvo que pagar un precio muy caro: perdió al hijo que Betsabé y él esperaban y enfrentó dificultades en su reino y su familia. Sin embargo, les hizo frente a las consecuencias y no dejó que ese engaño pautara su vida desde ahí en adelante.
Cuando estaba a punto de morir, David le explico a su hijo Salomón qué significaba ser un hombre de verdad, ayer, hoy y siempre: “Yo sigo el camino de todos en la tierra; esfuérzate, y sé hombre. Guarda los preceptos del Señor tu Dios, andando en Sus caminos, y observando Sus estatutos y mandamientos, Sus decretos y Sus testimonios, de la manera que está escrito en la Ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas…” (1 Reyes 2:2-3).
Actitudes del presente
El hombre de hoy tiene acceso al Espíritu Santo de Dios si es que Lo quiere. A Él no le importa su pasado o lo que la mente humana piensa sobre el fracaso. Un hombre con el Espíritu de Dios tiene la fuerza y la inteligencia para perdonarse a sí mismo, a los demás y seguir adelante con la frente en alto. Sus propias actitudes de ahora serán su testimonio y no los errores pasados por los cuales ya pagó.