Hay personas que solo se preocupan por satisfacer sus propias voluntades, y que solo ven en el Señor Jesús la solución de su satisfacción personal. Tales personas siempre están buscando aquello que tanto anhelan y, si lo logran, inmediatamente van en búsqueda de otra cosa que les traiga una nueva satisfacción, y de esta manera van perdiendo la comunión con Dios. La preocupación constante por estas personas es el “pan nuestro de cada día”. Aunque sea justo que Le pidamos a Dios que supla nuestras necesidades, porque Él es nuestro Señor y Padre, aun así, la mayoría de las veces, las personas están tan preocupadas por sí mismas y por su propia satisfacción que se olvidan de darse para Dios. El Señor Jesús, cuando nos enseñó a orar, dijo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre, venga a nosotros Tu reino, hágase Tu voluntad, así en la Tierra como en el cielo”, y entonces, “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy…” (Mateo 6:9). Muchas veces las personas no reciben las bendiciones en sus vidas, porque les falta ese conocimiento, y porque se olvidan de dar primeramente su corazón a Dios.
En el Salmo 37:4, está escrito: “Deléitate asimismo en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón.” ¿Sabe, lector, cómo las bendiciones comienzan a surgir en nuestra vida? Cuando dejamos de preocuparnos por las cosas que queremos.
Muchas veces actuamos como niñitos, porque no somos pacientes y lo que queremos debemos obtenerlo enseguida. Le exigimos a Dios una respuesta inmediata, porque está escrito: “Pedid y se os dará”. Y, muchas veces, la ansiedad es tanta, que el diablo entra en escena y nos da lo que tanto anhelamos, solo para destruir nuestra vida. Y fallamos, porque nos precipitamos y entramos por un camino de búsqueda, de insatisfacción y de querer. Cuántas veces dicen: “Ya oré, ya ayuné, otros ya oraron por mí, no obtuve respuesta…” E incluso se enfrían en la fe, porque están ansiosas por lograr ese objetivo y se olvidan de que solo el Señor es Dios. Se olvidan de que primero el Señor debe ser alabado y glorificado, que en primer lugar debemos deleitarnos en Él y amarlo por sobre todas las cosas. Cuando existe esa entrega en la vida de las personas, entonces se olvidan de sí mismas y entregan verdaderamente su corazón y sus necesidades en las manos de Dios. El objetivo constante de estas personas pasa a ser agradar al Señor, porque pasan a reconocer Su bondad en todas las circunstancias, y a comprenden que debemos “dar gracias en todo…” (1 Tesalonicenses 5:18)¿Y sabe qué es lo que sucede cuando nuestra primera preocupación es agradar sinceramente al Señor, de todo nuestro corazón? Él también se agradará de nosotros.
¿Cuál es el padre que no se preocupa por darle lo mejor a su hijo, principalmente cuando este hijo lo respeta y hace todo para agradarlo?
Tengo como ejemplo mi propia vida, porque todo aquello por lo que me preocupé, y que busqué ansiosamente, no lo logré. Y cuando lo dejé de lado, y busqué sinceramente hacer la voluntad de Dios, entonces las bendiciones comenzaron a surgir en mi vida.
Cuando nos ponemos bajo la voluntad de Dios, entonces Él, que conoce nuestras necesidades y los deseos de nuestro corazón, y que sabe todo sobre nosotros, “…nos dará también con él todas las cosas”. Él, que respeta nuestra voluntad, sabe lo que nos agrada, mucho más que nosotros mismos. Y si lo que deseamos es justo y no perjudica a nadie, Él permitirá que lo obtengamos.
Lector, glorifique al Señor con su corazón y con todas sus actitudes, y Su presencia en usted será tan grande, que las personas a su alrededor verán la luz de Cristo en su vida. Y esos grandes problemas que enfrenta se volverán diminutos, porque la presencia de Dios en usted le dará fuerzas para luchar y vencer.
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