Cada vez que surge el tema de la eutanasia, con él surge también la polémica. Algunas voces se pronuncian a favor de esta práctica y, para justificarse, se apoyan en motivos de “humanidad”. Incluso afirman que la sabiduría de una sociedad se basa en comprender que la vida no es tal si se la vive con sufrimientos intolerables, y que es razonable aceptar el pedido de un paciente que desea morir.
En Bélgica, por ejemplo, la sociedad y las leyes están tan “avanzadas”, que desde febrero de este año no hay restricciones en la edad para que un paciente pueda solicitar el terminar con su vida. Esto incluye a los niños, que si deciden morir, deben llenar una solicitud en la que conste la aprobación de sus padres y de un equipo médico. Esta opción está reservada para pacientes terminales que sufran dolores que no puedan ser aliviados por ningún tratamiento médico. Los mayores de 18 años podían acceder a esta opción desde el año 2002.
¿Qué capacidad de discernimiento puede tener un niño sobre lo que significa la eutanasia? ¿Es consciente de la decisión que está tomando?
Además de Bélgica, la eutanasia se permite en los Países Bajos, Luxemburgo, Suiza y en algunos estados de Estados Unidos.
Con la normalización de estas prácticas, lo único que estaríamos logrando es que la eutanasia se vuelva algo rutinario.
Hoy en día nadie se pregunta qué pensará el Creador de la vida sobre este tema. Para eso, nada mejor que recurrir al lugar en el que están plasmadas Sus ideas y pensamientos: la Biblia.
En 1 Corintios 6:19 leemos: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”. Muchos no lo saben, pero el cuerpo del ser humano es el lugar en el que Dios desea habitar. Él creó la vida, y nosotros no somos los propietarios para usarla y disponerla como nos plazca. Por ese motivo, debemos pensar antes de tomar cualquier decisión que contraríe la Palabra de Dios.
Sepa, amigo lector, que la vida no se termina en este mundo. Cuando muramos, nuestros restos se descompondrán, nuestro espíritu volverá a Dios, pero nuestra alma vivirá eternamente en el cielo o en el infierno, y no morirá jamás.
Para asegurarse el mejor destino posible que puede tener su alma, entréguese a Dios, sea fiel y obediente a Su palabra y verá que podrá gozar del derecho a vivir por toda la eternidad en Su Presencia.
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