En la Universal el altar es un lugar alto, donde son ofrecidos los sacrificios a Dios. En él también los hombres y las mujeres deciden entregarse como una ofrenda viva, santa y agradable al Señor, para predicar las buenas nuevas de la Salvación al mundo.
Quien opta por dejar el atrio y entregarse 100% por las almas, deja atrás también los objetivos personales o ganancias por bienes materiales. Los ojos de esos siervos están fijos en la Obra de Dios, que es muy grande y necesita personas que estén totalmente dispuestas a servir, como Él determina y no como nos conviene.
Uno de los sacrificios está en adaptarse a todo y a cualquier situación inusitada e inesperada. Sin embargo, muchas obreras y obreros, que antes de ser consagrados a pastores o a esposas se mostraban dedicados, voluntariosos, a cualquier momento y lugar, cuando reciben el título de predicador del altar, caen en el error de pensar que, por haber alcanzado una posición, no necesitan más enfrentar ciertos desafíos.
La autora del libro “Escogida para el Altar”, Tania Rubim, es también esposa de obispo y tiene una experiencia muy interesante. Ella cuenta que, apenas se casó, ya en la Obra de Dios, en vez de ir a vivir a su propia casa, disfrutar de la luna de miel con su marido, conocerse mejor el uno con el otro en la privacidad del hogar, ambos tuvieron que compartir su vivienda con otra pareja.
Al comienzo, la situación para Tania parecía ser solo una novedad, pero tamaño cambio causó un poco de confusión en su comportamiento. “Ellos eran mi nueva familia, pero todo era muy extraño. Apenas el día anterior veía al pastor y a su esposa solamente en la iglesia, ahora vivía en su casa, no sabía cómo actuar, adónde quedarme, qué hacer, estaba medio perdida”, revela.
La dificultad estaba porque la joven Tania nunca había vivido antes con nadie más, a no ser con sus padres, y se vio delante de una realidad desafiante, como explica: “No quería incomodar, por eso no sabía si quedarme en mi cuarto, si sentarme en el living con ellos, o si hacía algo en la cocina. Como nunca me gustó ser “patrona”, esperaba siempre las direcciones de la esposa del pastor y me acomodaba a lo que ella me orientaba. Confieso que hasta para abrir la heladera tenía vergüenza, en realidad aún no me había caído la ficha de que allí era mi casa también.”
Para mantener la buena convivencia, la solución encontrada por ella fue concientizarse de que era necesario vencer la timidez y los pensamientos de duda que burbujeaban en su mente. Para eso, decidió asimilarse a una “esponja”, con el fin de absorber lo máximo posible la experiencia de su nueva compañera.
“Era una situación que tenía que vencer por mí misma. Entonces, comencé a pensar: no puedo hacer lo que siento, debo hacer lo que es agradable, voy a ponerme a disposición y todo fluirá. Así lo hacía y daba resultado. Gracias a Dios, nuestra convivencia siempre fue maravillosa y aprendí mucho de ella.”
Antes de finalizar su mensaje, la escritora deja algunos consejos para quien está enfrentando o va a enfrentar algo parecido, pues cree que, de la misma forma que aprendió en esa ocasión, y hoy incluso se ríe de los recuerdos, quien siga sus orientaciones también tendrá la misma experiencia positiva.
“Si usted comparte su hogar con otros siervos de Dios, adóptelos como familia. Comparta con ellos. No se aísle en su cuarto. Conviva. Sea voluntarioso/a, sensible a sus necesidades. De esa manera, el ambiente en la casa será placentero, habrá armonía y todos estarán felices”, finaliza.
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