El mismo cuarto, el mismo desayuno, el mismo camino hacia el trabajo. La falta de novedades o de perspectivas pueden llevar a cualquier persona al desánimo, la diferencia es qué espacio, cada uno, le da a ese sentimiento en su vida.
Elías fue un ejemplo de siervo de Dios que luchó contra la idolatría (1 Reyes 18), pero, después, se desanimó y huyó (1 Reyes 19). El hecho es que, después de enterarse que estaba corriendo riesgo de vida, flaqueó y se fue de su puesto de servidumbre a Dios.
El desánimo en si no es un pecado, sino un sentimiento que lleva a pecar. La tristeza del profeta lo llevó a olvidar el puesto del servicio, a flaquear en la fe y volverse egoísta.
Tal vez ese sentimiento lo haya invadido por creer que, después de enfrentar a los idólatras, las personas se volverían a Dios, pero no fue eso lo que sucedió.
Muchas veces el desánimo aparece porque las cosas no suceden de la manera que imaginamos, en el momento que queremos. Olvidamos que es Dios quien está en el control de todas las situaciones y queremos resolver con nuestras fuerzas todo lo que está alrededor.
Claro que nadar , nadar y morir en la playa, no es nada motivador. Creer en algo o en alguien y ver que no es nada de eso, no sólo es decepcionante como desalentador. ¿Quién nunca tuvo deseos de huir al igual que Elías? ¿De desistir sin pensar en las consecuencias?
Cuando el desánimo golpee su puerta, recuerde: “… Hasta aquí nos ayudó el Señor.” (1 Samuel 7:12) Y si Dios nos auxilia en todo, no nos dejará desamparados en ninguna situación (2 Corintios 4:8-11).
Esa es la certeza que hace que nos levantemos todos los días por la mañana, en el mismo cuarto, tomemos el mismo café, encontremos el mismo tránsito, para ir al mismo trabajo; pero con una diferencia: sabiendo que Dios está actuando, aunque nada esté sucediendo alrededor.
“Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” 2 Pedro 3:8-9