Jusvell San Martín sufría de depresión desde los 8 años, a raíz de un abuso. Ella recuerda: “No tenía amigos, me aislaba, en el colegio me sentaba atrás porque no quería que me hablaran. A los 13 años, ya trabajaba y estudiaba. De a poco me fui involucrando con malas amistades que me buscaban para ir a fiestas o boliches y a los 14 años probé la marihuana.
Por más que yo hacía reír a la gente, era muy depresiva. Sentía que yo no valía la pena. En mi casa no había paz. Pensaba que, si contaba lo que me había pasado, me iban a decir que era mi culpa.
A los 17 empecé la facultad y mi vida empeoró porque mis amistades iban a fiestas que no eran para nada agradables. Ahí conocí la cocaína. Empecé a tener insomnio, tenía pesadillas, sentía que me tiraban de la cama y amanecía en el piso.
Intenté matarme cuatro veces. A los 8 años le pedía a Dios que me matara. No podía entender por qué me había pasado eso a mí. Estaba destruida porque no conseguía hablar con mi mamá. Yo enfrentaba las luchas sola. Me sentía una fracasada, odiaba a todos, especialmente a los hombres.
Así llegué a la iglesia y escuché al obispo que dijo que le pidiéramos a Dios una nueva vida. Sentí un alivio. Empecé a dejar las malas amistades y los vicios. Dije que nunca más iba a ser depresiva. Hoy soy feliz y tengo gozo. Mi familia cambió totalmente, hay paz. Soy plenamente feliz”.
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