La última semana de noviembre quedó marcada en la vida de miles de portugueses. En un viaje misionero, el obispo Edir Macedo realizó dos reuniones especiales en el Templo Mayor, en Lisboa.
La primera se llevó a cabo el miércoles 25 y contó con la presencia de 2 mil personas. En la oportunidad, el obispo destacó la importancia de estar preparado para escuchar la voz de Dios cuando Él se comunique. “Dios solo habla con nosotros cuando tenemos oídos para escucharlo. Cuando no tenemos oídos para escucharlo, Él deja que los problemas lleguen, para que así tengamos oídos. ¡Es así como funciona!”, afirmó.
De acuerdo con el obispo, las personas se cierran para la Voz de Dios cuando todo en la vida esta “yendo bien”. Por ejemplo, cuando alguien tiene un buen empleo o una familia sin grandes problemas, se olvida de seguir las enseñanzas del Señor. Solo cuando las consecuencias de esa vida sin Dios se presentan, los oídos se vuelven a abrir para Dios.
“Usted solo va al odontólogo cuando tiene dolor de muelas, y con Dios es igual. Entonces, la forma que Dios tiene de hablar con nosotros es a través de los dolores, de los problemas, de las dificultades, de los desiertos. Esto quiere decir que, si usted está pasando por un grave problema, Dios intentará comunicarse con usted. Entonces, Él permite que surjan los problemas y las tribulaciones para que nos acerquemos a Él.”
La segunda reunión se realizó el domingo 29, y reunió a 1800 personas. En ella, el obispo afirmó que todos los hombres tienen una fuerza invisible en su interior: la fe. Ella es capaz de cambiar la propia vida, independientemente de la situación que se vive.
Sin embargo, para tener acceso a esa fuerza es necesario dedicarse totalmente a Dios. Solo la plena confianza en el Señor posibilita la victoria segura, porque es Él el responsable de depositar dentro del hombre ese poder.
“Quien le ha dado la fe que está en su interior es el Espíritu Santo, y esa misma fe es la que hace que usted llegue al Altar y sacrifique su vida.”
La reunión concluyó con la Santa Cena, con el pan y la copa distribuidos para representar el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. Todos los nuevos convertidos participaron de la ceremonia y establecieron, en ese momento, un compromiso con Dios. Los cristianos que ya viven de acuerdo con la Palabra, a su vez, renovaron sus votos y reforzaron su comunión con el Espíritu Santo.
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