Analizando la Biblia, vemos la mención que muestra la manera en que Dios tiene celos de aquellos que adoran a otros dioses, según Ezequiel 8:3. El Espíritu de Dios muestra al profeta que el pueblo estaba alejado de sus caminos: “… y el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén, a la entrada de la puerta de adentro que mira hacia el norte, donde estaba la habitación de la imagen del celo, la que provoca a celos”.
El deseo de Dios es ser el centro de la atención de Sus hijos, como explica el obispo Renato Cardoso: “Dios quiere ser el único objetivo de nuestra fe, nuestra prioridad. No es difícil entenderlo, pero sí practicarlo. A pesar de decirnos que si, ¿realmente colocamos y lo tratamos como si fuera el primero en nuestras vidas?”.
Eso quiere decir que los celos de Dios no tienen ninguna relación con los celos que las personas sienten las unas por las otras. Ese tipo de celos humanos es el que lleva al egoísmo y otras obras de la carne. Como creador de todas las cosas, Él desea que Sus criaturas vivan conforme a Su voluntad. Él sabe recompensar a los siervos malos y los fieles. Evalúe sus actitudes, pensamientos y sentimientos para saber si Él es su prioridad.
No hay amor mayor
Cuando vivimos una relación íntima con Dios, pasamos a ser Suyos y Él nuestro. El amor del Señor es tan grande e intenso al punto de revelarnos Su celo hacia nosotros: “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: ¿El Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?”, (Santiago 4:5).
Ocurre que de la misma manera que Él cela y protege a Sus hijos amados, exige que tengamos el mismo comportamiento y ansía una completa fidelidad de nuestra parte.