¡Un Domingo en el que cada uno de los que llegó al Templo de los Milagros tuvo su Encuentro con la Felicidad y recibió el “¡Salve” de Jesús!
Dios ve a aquellos que están sin esperanza, sin perspectiva de vida, incluso esperando lo peor.
Las mujeres que fueron hasta el Sepulcro de Jesús, iban esperando encontrarlo muerto, pero fueron encontradas por Él. Él salió a su encuentro así como a usted que hoy llegó sin esperanzas.
La Felicidad es el Espíritu Santo, el Espíritu de la Resurrección, que resucitó a Jesús. Solo que Él Se reveló a quienes Lo buscaron y Él sale a su Encuentro también.
Y ellas, alejándose a toda prisa del sepulcro con temor y gran gozo, corrieron a dar las noticias a sus discípulos. Y he aquí que Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán. Mateo 28:8-10
Jesús sale al encuentro de las mujeres diciéndoles “Salve”, un saludo que solo se usaba en la familia del rey. Lo mismo que le dijeron cuando Le colocaron la corona de espinas y Le pegaron.
Jesús no venció al mal con el mal, sino con el Bien, perdonándolos e, incluso, intercediendo por ellos.
El “Salve” de Él fue un saludo para decirles a estas mujeres: “Hijas del mismo Padre”, en otras palabras, Jesús salió al Encuentro de ellas para valorarlas. Entre ellas estaba María Magdalena, quien había estado en la prostitución, y con esto entendemos que el pasado de uno, delante de Dios, no influye en el presente.
El pasado no impide que uno en el Presente sea valorado por Dios. Jesús sale a su Encuentro diciéndole “Salve”, es decir, “Tú eres importante para Mí, para Mi Padre, para el Espíritu Santo y queremos hacerte Feliz”.
Jesús estaba diciéndonos que recibamos, en lugar de la tristeza, Alegría; en el lugar del miedo, Seguridad; en el lugar de la angustia, Paz; en el lugar de lágrimas de pérdida, Lágrimas de Júbilo por ser considerados, respetados y honrados por Él que nos saluda: “Salve”.