Es muy importante distinguir este don de la fe necesaria para la justificación o salvación eterna. Porque aunque la fe necesaria para la salvación sea también un don de Dios, se distingue totalmente del don de la fe. Es muy simple entender esto. Basta observar los diferentes tipos de iglesias o cristianos: unos tienen fe para seguir al Señor Jesús por toda la eternidad, pero no disfrutan el derecho de transformar las cosas que están mal por el poder de la fe; mientras que otros con la misma fe salvadora consiguen con éxito, por ejemplo, curar a alguien que ya estaba desengañado por la Medicina.
El primero puede compararse con aquel hombre que no tenía mucho dinero para viajar a su tierra natal. Con mucho esfuerzo compró el billete del pasaje del barco y con el resto del dinero compró huevos y los cocinó.
Durante el viaje, mientras todos los demás pasajeros se divertían, comían y bebían a voluntad, aquel pasajero especial comía huevos.
Cuando el navío llegó al puerto de destino, el comandante lo llamó y le preguntó por qué él nunca participaba del café, del almuerzo y la cena en el barco. Entonces, él respondió: “No tenía dinero ni para pagar un café”. Entonces, el comandante le respondió: “¿Usted no sabía que cuando compró el billete, pagó todos los gastos del viaje?”. Así, podemos diferenciar muy bien la fe salvadora del don de la fe.
Efectivamente, cuando Dios nos salva, Él nos concede condiciones para enfrentar todo y cualquier tipo de problema, con el fin de que prevalezcamos por medio de los talentos que Él nos pone a disposición. El don de la fe tiene el propósito de equipar al cristiano sincero de una fuerza sobrenatural capaz de cambiar el rumbo de las cosas equivocadas que no glorifican a Dios; es la capacidad de Dios dentro de nosotros para determinar el milagro, para vencer los dolores y enfermedades, los demonios y todo el infierno por el poder del nombre del Señor Jesús.
Este don ciertamente jamás puede ser ejercitado separado del coraje, porque para que el don de la fe pueda funcionar con fluidez, es necesaria una autodeterminación de completa confianza en Dios, que hizo las promesas.
Es cierto que esto es independiente de las circunstancias, así cuando Moisés y todo el pueblo de Israel estaban siendo perseguidos por los ejércitos egipcios, Dios estaba con ellos. Y Moisés exhortó al pueblo a confiar en el libramiento a través de la fe: “Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que el Señor hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. El Señor peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos.” Éxodo 14:13, 14
Entonces, es necesario estar absolutamente convencido de lo que se espera, pues esta es exactamente la aplicación de la propia definición de fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1).
El don de la fe y los demás dones del Espíritu Santo no son más frecuentes en la vida de las personas porque es necesario que Dios las tenga completamente en Sus manos. La comunión del cristiano con el Espíritu Santo genera oportunidades para que los dones se manifiesten. El Espíritu Santo busca personas para instruirlas en lo que deben hablar y hacer, con coraje y fe, con el fin de que el Espíritu del Señor pueda entonces realizar su obra por intermedio de Sus vidas.
En realidad, el Espíritu de Dios está siempre listo para glorificar al Señor Jesús a través de nosotros y, así, manifestar sus dones en cualquier momento en que se los necesite. Pero, está claro que Él siempre va a depender del instrumento que pueda utilizar. Cuando el instrumento humano se resiste a las manifestaciones de los dones espirituales, entonces no hay oportunidad de que ellos sucedan. Pedro y Juan fueron usados por el Espíritu con el don de la fe para curar al cojo que yacía en la puerta del Templo. Vea que: “Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo.”, (Hechos 3:4, 5). Naturalmente, esperando recibir una buena limosna, nada más. Esto configura el hecho de que él no tenía la debida fe para
ser curado: “Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.” Hechos 3:4?8
Quiere decir que hubo una manifestación del don de la fe aliada al coraje de la actitud de Pedro y Juan.
Texto extraído del libro “El Espíritu Santo”, del obispo Edir Macedo