La parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32) ilustra dos clases de hijos de Dios: el pródigo y su hermano.
• El pródigo: la palabra “pródigo” significa desperdiciador. El hijo más joven en la palabra desperdició los bienes de su padre con todo lo que pedía su corazón. Representa a las personas que desperdician todo lo que el Padre les da: las enseñanzas, la Palabra, la disciplina, el cuidado, Su presencia… Así como el hijo pródigo se fue de su casa rumbo a una tierra remota, muchos terminan dejando la Casa del Padre (iglesia) y piensan que cuánto más lejos están de ella y de las cosas de Dios, más libres y más felices serán. Miran hacia el mundo con brillo en los ojos; desean las cosas del mundo; admiran a las personas del mundo y consideran a las personas de la iglesia tediosas, malas referencias… Pero son exactamente las personas del mundo que las abandonan cuando más lo necesitan.
• El hermano del hijo pródigo: era el hijo más grande, que siempre permaneció con su padre, pero no lo perdonó al hermano por haber abandonado a la familia. Representa a los que hacen (casi) todo bien; vienen a la iglesia, cumplen sus obligaciones, obedecen las órdenes, son fieles a sus responsabilidades. Pero guardan en su corazón una expectativa de reconocimiento; juzgan a los que hacen menos; guardan sentimientos contra los que aparentemente no reconocen sus esfuerzos. El hermano casi nunca más “entró a su casa” después del regreso de su hermano pródigo; así muchos salen de la Casa del Padre, no por haber pecado, sino porque empezaron a mirar hacia la vida de los demás, al compararse y al juzgar lo que les sucedía.
El único correcto, y verdadero ejemplo en esta historia, fue el padre. Justo, paciente, no guardó resentimiento hacia su hijo, entendió al otro, los amó a ambos. Así también nosotros, debemos ser: como el Padre.