Hay dos tipos de personas en el mundo: las que creen y las que no creen en Dios. Y son tipificadas por la relación entre Abel y Caín; Isaac e Ismael; Jacob y Esaú. La fe y la duda siempre estuvieron y estarán en conflicto. Por causa de eso no hay una mínima chance
de paz en la Tierra. La fe es el poder de Dios para la Salvación de los que creen, mientras que la duda es el poder del mal para la destrucción de los que no creen.
Mientras que las personas de fe viven en la Luz y son Luz, la que viven en la duda permanecen en las tinieblas y son tinieblas. ¿Cómo equilibrar esta convivencia? ¿Cómo puede haber paz entre seres humanos que radicalmente son opuestos entre sí? ¡Imposible!
Esta es la razón porque el Señor Jesús dijo no haber venido para traer paz a la tierra: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.
Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10:34-36).
En las palabras del Señor, la creencia y la incredulidad trasforman en enemigos hasta a los seres más queridos de una misma familia. Pero, si los miembros de una familia se convierten en enemigos debido a la creencia de unos contra la incredulidad de otros, ¿se imagina en la relación extra familiar?
Reúna a los que creen con los que no creen y la diferencia de opiniones aparecerá enseguida, pues no hay forma de armonizarlas. Los que creen tienen la dirección divina, viven en la fe del Creador, pero, los que no creen, en general, son movidos por pasiones, porque son movidas por la esencia de la duda, que es la vacilación, la inseguridad. Ellos viven bajo la presión de la duda.
Los que son de la fe comprenden a los que son de la duda. Al final, quien es de la fe también ya estuvo del otro lado. Por eso, jamás concuerdan entre sí. Los incrédulos ven a los que son de la fe como fanáticos porque ellos creen en lo invisible. Por eso, mientras haya humanidad, habrá conflictos.