En lo que ya se convirtió en la mayor epidemia de ébola de la historia, el virus salió del continente africano y provocó la primera muerte en suelo estadounidense. Además, una enfermera española se contagió al atender a un sacerdote español en Madrid.
Las autoridades sanitarias no saben de qué forma hacer frente a la enfermedad, que parece burlar fronteras y controles sanitarios. En Estados Unidos, Thomas Duncan se convirtió en la primera víctima del virus y en el primer diagnosticado en suelo americano.
Thomas llegó a EE.UU. el 20 de septiembre, procedente de Liberia, donde había ayudado a subir a un taxi a una mujer embarazada contagiada con el virus. Durante el vuelo de Monrovia a Texas, Duncan no presentó síntomas e ingresó al país sin inconvenientes.
Pocos días después, empezó a sufrir vómitos y diarrea, unos de los primeros síntomas de la enfermedad, por lo que fue al hospital, donde lo trataron con antibióticos y lo enviaron de regreso a su casa pese a saber que provenía de Liberia. Días después regresó al hospital y le diagnosticaron la enfermedad. Murió 11 días después.
Según parece, Duncan había estado en contacto con unas 100 personas y sus familiares más cercanos, incluidos 4 chicos en edad escolar, permanecen en cuarentena porque están aún en grave riesgo de contagio.
Paranoia colectiva
Hasta que fue internado, Duncan vivió en Vickery Meadows, un barrio de Dallas, donde ahora reina el pánico y la desconfianza, al punto de que sus habitantes son estigmatizados y a tres de ellos se les prohibió ir a trabajar por tres semanas.
Según explicó a Clarín el experto epidemiólogo Luis Ostrovsky, de la Universidad de Texas, en Estados Unidos “hay desinformación y miedo”. Según el especialista, “algunas escuelas, como precaución, han hecho una desinfección”, aunque no es necesario porque no hay pacientes con síntomas. “Hay consternación, paranoia”, agregó Ostrovsky, “y es comprensible porque es una enfermedad nueva en Estados Unidos, de alta mortalidad”.
John Kerry, secretario de Estado, hizo referencia a una “crisis mundial urgente” y enfatizó la necesidad de colaborar internacionalmente con unidades de tratamiento, personal, equipos de telecomunicaciones e incineradores a fin de combatir esta mortal enfermedad contra la que no hay medicamentos ni vacuna.
Europa, alerta
El estado de salud de la enfermera española Teresa Romero mantiene a todo el continente europeo en vilo. Ella participó como voluntaria en el equipo que atendió a los dos misioneros religiosos infectados por el virus, que fueron trasladados desde África al Hospital Carlos III de Madrid, donde trabajaba. Ambos fallecieron.
Los investigadores del ministerio de Sanidad español creen que el contagio se produjo en el momento de quitarse el traje de aislamiento. Además, la propia Romero admitió haberse tocado la cara con los guantes después de haber atendido a uno de los pacientes infectados.
Pero lo más grave es la exposición que tuvieron los profesionales de la salud que trasladaron a Teresa al hospital. El camillero que la llevó solamente usaba guantes, una mascarilla y una bata de papel, mientras que en la ambulancia había otras siete personas que querían ser atendidas. Ya en el centro de salud, las enfermeras y médicos que la recibieron no estaban correctamente protegidos.
Las autoridades decidieron aislar a 13 personas, mientras otras 84 reciben controles diarios en sus casas. Todas podrían haberse contagiado por el contacto que tuvieron con la enferma.
Al cierre de esta edición, Teresa se encontraba intubada, y su cuadro general había empeorado. Su novio se encuentra aislado y su perro tuvo que ser sacrificado por miedo a que se hubiera contagiado de la enfermedad.
En Alemania murió un trabajador médico de la ONU que se había contagiado en Liberia. Era el tercer enfermo que había sido trasladado a suelo germano para tratamiento.
Qué sucede en Argentina
El pasado miércoles 8 se dio a conocer la historia de un ciudadano sierraleonés que quiso ingresar al país a través de la frontera con Bolivia, donde había llegado hacía varios meses escapando del ébola que, según él, mató a toda su familia. Ante sus declaraciones, las autoridades decidieron aislarlo en un hospital de la localidad boliviana de Yacuiba, donde se le realizaron los estudios correspondientes y finalmente se descartó que estuviera infectado.
Días después, se disparó una alarma en Brasil, cuando un hombre de 47 años, proveniente de Guinea, presentó un cuadro de fiebre alta, aunque no presentó vómitos, diarrea o hemorragias. Como su procedencia era de un país afectado por la epidemia, y él desarrolló síntomas dentro de los 21 días después de salir de África, que es el techo de incubación de la enfermedad, su estado fue considerado sospechoso.
Fue trasladado a Río de Janeiro y circulan versiones de un posible paso por Argentina, antes de entrar a Brasil.
El Ministerio de Salud de la Nación dispuso profundizar las acciones de control en los aeropuertos internacionales y en los puertos de la Argentina para identificar a pacientes que pudieran llegar al país con síntomas del ébola.
La cartera incrementó la vigilancia sanitaria a partir de la obligación de la tripulación de reportar, previo al ingreso al país, la presencia de viajeros con síntomas compatibles. Se creó un protocolo para aislar y derivar rápidamente a los pacientes, hasta poder confirmar si efectivamente portan el virus.
Pese a las medidas preventivas, desde Nación confían en que los riesgos de contagio son bajos, porque Argentina no tiene vuelos directos ni un flujo turístico considerable con los países donde el virus está activo, fundamentalmente Guinea, Sierra Leona y Liberia. En los cinco países del África occidental afectados -que incluye a Nigeria y Senegal-, el brote causó hasta el cierre de esta edición 4447 muertos entre los 8914 casos registrados.
[related_posts limit=”9″]