El Señor Jesús le dijo a Felipe: “… El que Me ha visto a Mí, ha visto al Padre…” (Juan 14:9). Así, Él quiere que, de la misma forma, los hijos de las tinieblas puedan verlo a través de Sus seguidores.
Pero para que eso suceda, es necesario que Sus seguidores sean santificados. Y para que sean santificados, necesitan practicar la Palabra de Dios, pues una cosa depende de la otra.
La plenitud de autoridad del Señor Jesucristo, dada por Su Padre, es capaz de abrir toda y cualquier puerta para quien desea y quiere someterse a Él, por la obediencia a Su Palabra. Por eso, Él dice: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre.” Apocalipsis 3:7
Él, la Raíz de David, tiene la llave de David, o sea, la llave de Rey de los reyes. Y solamente Él puede abrir la puerta de la vida eterna. Él tiene el poder sobre la vida, la muerte y el infierno, conforme Sus propias palabras: “…No temas; Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.” Apocalipsis 1:17-18
En esta carta a la iglesia en Filadelfia, el Señor Jesús, en cumplimiento visible de esta profecía, viene al encuentro de Su iglesia débil y afligida, y declara: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar…” Apocalipsis 3:8
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