María Alejandra asegura que se encontraba “sumergida en los vicios del alcohol” y detalla: “Bebía todos los días, no tenía control. Lo hacía en mi horario laboral, en mi casa, en cualquier momento. En una ocasión lo hice mientras trabajaba de policía, perdí el arma y me di cuenta al día siguiente”.
Esta situación afectaba a su entorno familiar, ya que le impedía desarrollar su rol de madre. “En una oportunidad, perdí la noción del tiempo, mi hijo se cayó, se partió la cabeza y le tuvieron que hacer cuatro puntos”, recuerda con dolor.
Pero eso no era todo. Ella señala que, cuando bebía, “cometía violencia física y peleaba con cualquier persona”. En su relación matrimonial ocurría lo mismo: “Partía botellas y sacaba cuchillos”.
María Alejandra agrega: “No tenía control del alcohol, sino que el alcohol me controlaba. Compraba cajones de cervezas y las tomaba sola o salía a beber con mis supuestas amistades. Consumía vino, ron, licor de anís, cualquier bebida con alcohol para mí era un placer”.
“A veces, era la única mujer tomando entre muchos hombres, perdía la noción y no sabía qué pasaba. Varias veces extravié el teléfono, pero lo veía como algo normal y compraba otro”, asegura.
El no recordar lo que hacía cuando estaba alcoholizada era frecuente en su vida. Al respecto, relata: “Una vez, fui a tomar sola a la playa, pero nunca supe cómo volví a mi casa porque estaba a una gran distancia, debía viajar en dos o tres colectivos. Volví con un golpe en la cabeza, pero no sé si regresé en tren o en autobús. En otra oportunidad, estaba en la casa de una compañera y tuve que llamar para que alguien fuese a buscarme porque no estaba en condiciones de llegar a mi hogar”.
Hasta que un día decidió ponerle punto final a esa manera de vivir. “Llegó un momento en el que dije: ‘No puedo seguir con esto’. Me estaba convirtiendo en un tipo de persona que no me gustaba. Entonces, comencé a asistir a la Iglesia Universal”, cuenta.
María Alejandra asegura que en cada reunión se desprendía un peso que llevaba dentro y detalla: “Empecé a disminuir el consumo de alcohol hasta que llegué a un punto en el que lo aborrecí por completo. Incluso, hice la prueba. Tomé un poquito para ver cómo me sentía y me generó un dolor de cabeza y un malestar horrible. Entonces dije: ‘Ya basta’. Así se inició mi proceso de transformación”.
“Hoy soy una persona distinta, feliz, siento gozo, paz, tranquilidad. Trato de llevar la Palabra de Dios a otros. Hoy ya no necesito un trago de alcohol, tengo un buen trabajo, puedo disfrutar de mis hijos y ellos ya no tienen temor como cuando yo bebía”, concluye.
Para ponerles fin a los vicios, iniciá el tratamiento gratuito, el domingo a las 15 h en Av. Corrientes 4070 – Almagro.
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