Cierto día, un burrito llegó a su casa muy contento y le comentó a su madre:
– Mamá, hoy estuve en la ciudad y, mientras caminaba por las calles, una gran multitud gritaba con alegría, muchos extendían mantos y ramas de palmeras por donde yo pasaba, una enorme fiesta fue hecha para mí.
Su madre, una vieja y experimentada burra, quedó intrigada con la eufórica narración de su hijo, y le preguntó:
– Hijo mío, ¿estabas cargando a alguien cuando entraste a esa ciudad?
Y el burrito respondió:
– Sí, llevaba a un Hombre llamado Jesucristo, pero estoy seguro de que las personas no hicieron tamaña fiesta por Él, todo eso fue por mí.
Entonces su madre le dio al burrito una idea:
– Hijo, vuelve a esa ciudad solo, vamos a ver cómo te van a recibir las personas.
Un día, caminando por los alrededores de aquella ciudad, el burrito decidió entrar solo, pero, al pasar por las calles, las personas comenzaron a maltratarlo, llegaron incluso a golpearlo y después lo expulsaron.
El pobre animal, volvió a su casa devastado, le contó a su madre la triste decepción que había tenido.
– Mamá, entré a la ciudad y no hubo alegría. Fui maltratado y expulsado. ¿Por qué me sucedió eso?
Y su madre respondió:
– Querido hijo, sé más humilde y entiende la siguiente lección: sin Jesucristo no pasas de ser un simple burrito…
Dijo Jesús:
Yo Soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada podéis hacer. Juan 15:5
Colaboró: Obispo Renato Valente