“… si se humillare Mi pueblo, sobre el cual Mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren Mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces Yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.” 2 Crónicas 7:14
Dios tiene el deseo de perdonar y bendecir a todos.
Él quiere cambiar la vida de todas las personas.
Pero hace falta que ellas cumplan con lo que dice ese versículo.
¿Y qué significa humillarse?
Es cuando la persona dice: “Señor, yo pequé, me equivoqué, ¡pero estoy arrepentido y dispuesto a cambiar!”
Dios dice en Su Palabra que entonces las perdonará y sanará su tierra.
Piense…
Muchas veces la persona es influenciada por el diablo que le dice que ya ha cometido demasiados errores para ser perdonada, o por el médico que la ha desahuciado, o quizás incluso ha sido rechazada por alguna iglesia.
Ella puede haber sido la más pecadora de todas pero, si se humilla y busca el Rostro de Dios y se convierte de sus malos caminos, Dios perdona todos sus pecados y pasa a ser una nueva criatura.
Dios siempre da otra oportunidad.
No hay que confesarle los pecados al hombre sino a Él, porque el hombre también es pecador.
Basta con decirle: “¡Hasta aquí llegué, ya no quiero vivir así, límpiame Señor, purifícame!”
Entonces Dios le da otra oportunidad y no hay nada ni nadie que pueda condenarla.
Como sucedió con aquella mujer a la que los escribas y fariseos querían apedrear como mandaba la ley de Moisés, por haberla sorprendido en adulterio. Ellos fueron a consultarle al Señor Jesús…
“Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, Se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni Yo te condeno; vete, y no peques más.” Juan 8:6-11
El único que podía condenarla era Él, ya que no tenía pecados, pero no lo hizo. ¡Él la perdonó!
Si la persona se humilla, busca el rostro de Dios y se arrepiente de sus malos caminos, Dios la escucha desde los cielos, perdona sus pecados y sana su tierra.
¡Es el todo de la persona por el TODO de Dios, que la transforma en la propia bendición!
Piense en eso.
Obispo Francisco Couto.