Verónica: “Vivía un infierno, sufrí un abuso cuando era pequeña y eso me generó depresión. Cuando me casé, pensé que iba a ser feliz, pero no fue así. Tuve un tumor maligno en la cabeza, me sometieron a rayos, a quimioterapia, así, perdí todo el cabello y llegué a pesar cuarenta quilos. Mi esposo me bañaba, me higienizaba, porque yo no tenía fuerzas para nada. Él se encargaba de la casa, de mis hijos, dormía en los hospitales. A raíz de la enfermedad no teníamos para comer.
Estuve a punto de suicidarme varias veces, intenté prenderme fuego, me rocié con alcohol y mi hijo me abrazó y me quitó el encendedor de la mano. Luego, cuando estaba embarazada, llegué a sufrir siete ataques por día por el tumor. Vivía sedada, estaba con tratamiento psicológico y no me podían dejar sola porque en cualquier momento me quitaba la vida. Recuerdo que me encerré en el baño, subí a una silla y me colgué con una soga del techo, quería dejar de sufrir. Fue muy difícil, porque cuando me colgué, me arrepentí y le pedí ayuda a Dios. Cuando desperté estaba en terapia, mi esposo y mis dos hijos me habían descolgado.
En la Universal aprendí a usar la fe, perseveré en las reuniones, en cada Hoguera Santa y Dios fue obrando en mi vida sanándome completamente. M hijo nació con 700 gramos a los cinco meses, con problemas neurológicos y retraso madurativo. Entonces me lancé en la Hoguera Santa del Templo de Salomón, quería la vida de mi hijo, los médicos le habían detectado leucemia linfoide, debían someterlo a quimioterapia con solo nueve años y colocarlo en lista de espera para un trasplante de médula ósea. Luché por él, no dudé, generé mi sacrificio y Dios me respondió. Hoy mi hijo está sano, los médicos no lo podían creer, yo no tengo más el tumor en la cabeza, tengo sueños y proyectos. Conquisté mi casa, compré un auto 0 km, todos los años compro muebles nuevos y vamos de vacaciones. Además, mi esposo tiene una empresa de construcción”.
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