Domingo. Despierta temprano, se arregla, enfrenta el frío o el calor, el tránsito, el cansancio de una semana de trabajo, y muchas otras cosas para llegar a la iglesia y buscar a Dios. El pastor sube al altar. Comienza la prédica. Biblias abiertas para la meditación en la Palabra de Dios. En medio a la explicación, cuando se está haciendo el razonamiento… “Trimmmmm”. El susto, o mejor dicho, el celular.
Para empeorar la situación, el aparato está en su bolso. Las miradas se dirigen a usted e inclusive la del predicador, quien perdió el hilo de la explicación, e intenta retomar el mensaje. Mientras, la interrupción en un punto tan crucial de la reunión, hizo que muchos comenzaran a pensar en la ropa que está para planchar, en el almuerzo que deben preparar para la familia, en la cuenta que vence el lunes y otras preocupaciones, desviando, aunque sean unos segundos, el foco de lo que se está diciendo.
Usted, avergonzado, no logra conformarse, ¿cómo pudo haberse olvidado de apagar el celular o ponerlo en modo de “silencio”?. Vale recordar que hay quien no logra sentir vergüenza por el trastorno causado en el encuentro, ya que aun después de la primera llamada, deja el aparato prendido, para una segunda, tercera, cuarta interrupción.
Situaciones de estas características son comunes dentro de la iglesia, pero no deberían serlo. Primero, por educación. Cuando vamos al cine, teatro, conferencia o en cualquier reunión con personas de este mundo, nos ocupamos de certificar de que nada vaya a interrumpir nuestro compromiso, ¡cuanto más una llamada inesperada por celular! Entonces ¿Por qué no se ve el mismo respeto cuando se va al encuentro del Altísimo, en Su casa de adoración?
El propio Señor Jesús dejó un alerta para los cristianos, al encontrarse con la falta de consideración con el Templo divino:
“Entró Jesús en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, y les dijo: «Escrito está: “Mi casa, casa de oración será llamada”, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” Mateo 21:12-13
Los ejemplos bíblicos no faltan para demostrar el celo que debemos tener en la Casa de Dios, sin embargo, los acontecimientos diarios nos hacen reflexionar sobre el hecho de que muchos que nunca tuvieron experiencias con el Dios de la Biblia actúan con respeto y consideración a sus dioses, objetos de culto y templos, a diferencia de muchos otros, que se dicen cristianos.
Recientemente, en China, un adolescente provocó la indignación entre internautas de su país al escribir su propio nombre en la pared de un templo antiguo, en Kuxor, Egipto, y divulgar la imagen a través de una red social. El hecho tuvo tanta repercusión que hasta los padres del muchacho tuvieron que disculparse en público por el acto de su hijo. “Eso es la mucha presión que tiene”, dijo el padre.
Es necesario entender que cuando nos dirigimos al Templo del Señor, no lo hacemos para reencontrarnos con amigos, ponernos al día sobre nuestras cosas o exhibirnos sino para un fortalecimiento espiritual, que llegará a todos, por medio de los mensajes que vienen del altar. Así, toda reverencia, temor y silencio son imprescindibles, pues, más importante que un hospital que presta los primeros socorros a los pacientes que sufren enfermedades físicas, a la casa de Dios llegan personas con enfermedades espirituales, que pueden perder no sólo la vida aquí en la Tierra, que es pasajera, sino la Salvación eterna.
Todo esto, sin contar que el único que gana con los disturbios provocados durante los encuentros de fe es el mal, pues éste es el más interesado de que la buena semilla, como Jesús llama a la Palabra de Dios, caiga por el camino y no de frutos.
“El que desprecia la disciplina se menosprecia a sí mismo; el que escucha la corrección adquiere inteligencia.” Proverbios 15:32