No es novedad que la mayoría de las personas vive una vida lejos de los Mandamientos de Dios. Sabemos que los incrédulos suelen juzgar a las Orientaciones del Altísimo como innecesarias, ya que consideran trivial todo lo que Dios condena. Pero, ¿por qué sucede eso? ¿Por qué las personas del mundo no consideran al pecado como pecado? ¿Por qué confunden la justicia con la injusticia? ¿Y por qué no creen en el Juicio de Dios?
Todas las preguntas tienen solamente una respuesta: porque el Espíritu Santo no las convenció de lo que son esas tres cosas.
Es por eso que muchas personas que concurren a las iglesias viven en el libertinaje pensando que la gracia de Dios va a librarlas del infierno. Por el mismo motivo, varios religiosos piensan que Dios va a abrir una excepción para ellos, por ejercer algún cargo o por tener algún título en cierta denominación. Es también por la falta de ese convencimiento que la sociedad vive como si nunca fuera a rendir cuentas de sus obras ante Dios.
Pero vale la pena recordar que no es por el hecho de que el Espíritu Santo no haya convencido a esas personas que la culpa por la perdición de ellas sea de Dios. El SEÑOR tiene todo el poder para convencer, pero somos nosotros los que damos las condiciones para que Él lo haga. A fin de cuentas, está escrito que Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34), pero que debido a la dureza y a la falta de arrepentimiento, los incrédulos acumulan contra ellos mismos la ira (Romanos 2:5). El hecho de no ser convencidos por Dios es la mayor prueba de que falta el deseo sincero de querer conocerlo.
Si usted convive con ese tipo de persona y ya intentó convencerla de la verdad, probablemente no obtuvo éxito. Y nunca lo obtendrá. Pero no se ponga mal por eso, porque no es ese su papel – es el papel del Espíritu Santo. Y, si acaso, usted logró hacer que alguien cambie de opinión, puede estar seguro de que ese no se convirtió de hecho, porque fue convencido por un ser humano, y no por Dios. Y el primero que venga con un argumento mejor que el suyo, logrará convencerlo de lo contrario nuevamente.
Por eso, nunca se olvide de hacer de su corazón un lugar propicio a la acción de Dios. No permita que la humildad que usted manifestó al principio se pierda con el pasar del tiempo. Combata diariamente toda raíz de orgullo, de egoísmo y de autosuficiencia. Mientras proceda así, estará convencido acerca de toda la Palabra del Altísimo y trillará el camino de la fe. Caso contrario, será convencido por el diablo, porque su corazón estará propicio para la acción de él, y, rápidamente, usted correrá por el camino de la muerte.