«Pero a todos los que Le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.» Juan 1:12
Medite en estas palabras, Dios no hace acepción de personas y quiere que todos, sin excepción, seamos de Él. Sin embargo, la condición para esto es creer en Él. Como ya hemos aprendido, creer no es dar crédito en algunos momentos, temporaria o condicionalmente, no es buscar al Altísimo solo cuando las cosas van bien o solo cuando las cosas van mal.
Creer es entregarse, no es pertenecer a una religión, a una iglesia o a una denominación, no es ser religioso o fanático. Creer en Dios es obedecer Su Palabra, hacer lo que Él manda y listo, incluso sin entender, confiando incondicionalmente.
Independientemente de los sentimientos, de la opinión ajena o de las circunstancias, elijo creer, lanzarme a Sus Brazos como un niño se lanza a los brazos de su padre y vuela.
Yo solía poner a mi hijo en un lugar alto y le decía: «Vuela a los brazos de papá», y él volaba; «Ahora cierra los ojos y vuela otra vez», y él volaba; «Ahora de espaldas, puedes volar», y lo agarraba. Él se lanzaba porque creía que yo, como su padre, fuerte y más grande que él, iba a sostenerlo. Así también tenemos que ser nosotros, tenemos que creer de esta manera para volvernos hijos de Dios.
Jesús afirmó que no todos son hijos de Dios. Si fuera así, el mundo sería maravilloso, no habría corrupción, violencia, guerra, maldad, materialismo, homicidio, no existiría el mal al que hemos visto destruir naciones y generaciones. Dios le dio al hombre el libre albedrío para que decidiera volverse hijo o seguir siendo criatura.
Abraham fue criatura durante 75 años, intentando una y otra vez ser feliz a su manera, porque su mayor sueño no era ser hijo o amigo de Dios, ni siquiera conocía a Dios, sino las religiones y a los dioses que sus antepasados le habían presentado, era un pagano, un idólatra. Dios le habló cuando ya tenía 75 años, al ver que dentro de él existía el deseo sincero de hacer lo correcto, porque, teniendo la posibilidad de tener otras mujeres, le era fiel a Sara.
Abraham era rico, pero se volvió riquísimo cuando empezó a andar con Dios, porque Él no quita, añade. Sin embargo, primero pide, no algunas cosas, ¡sino todo!
Abraham se fue volviendo amigo de Dios, fue creyendo, confiando, cometiendo errores y aprendiendo de estos, hasta llegar a ser padre a sus 100 años. Dios envió a Su siervo Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, para bendecirlo. Vea lo que está escrito:
«Entonces Melquisedec, rey de Salem ―Salem era el antiguo nombre de Jerusalén y significa “Ciudad de la Paz”― sacó pan y vino ―representando el Cuerpo y la Sangre de Cristo―; él era Sacerdote del Dios Altísimo. Y lo bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, Creador del Cielo y de la Tierra; y Bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram el diezmo de todo”. Génesis 14:18-20
Melquisedec no le pidió, sino que lo honró con el pan y el vino enviado por Dios. Abraham fue el primer ser humano en participar de la Santa Cena, que hacía referencia a lo que Jesús vendría a hacer por nosotros: «Este pan es Mi cuerpo que será dado por ustedes y el fruto de la vid es Mi sangre que será derramada por ustedes, coman y beban en memoria de Mí». En otras palabras: «Así como Yo estoy siendo fiel a ustedes hasta el final, hasta la muerte, ustedes también crean, obedezcan y sean fieles hasta la muerte. Yo no los defraudaré, estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos».
Él no nos ha defraudado, nos ha probado a diario que ha resucitado, pero espera que nosotros, como dice en el Evangelio de Juan, nazcamos de Él, no de sangre o de familia. Jesús dijo que los nacidos de Dios no nacieron de la carne, por eso, no se deje influenciar por una fe sectaria, religiosa, ciega, impuesta por los demás, como Abraham, que hasta los 75 años creyó por imposición familiar en dioses que no le daban ningún resultado.
No se deje dominar por sus sentimientos, la persona nacida de Dios sigue teniendo sus sentimientos, pero en su debido lugar, porque los que se dejan dominar por sus sentimientos se vuelven esclavos de sus afectos, emociones y fantasías.
No somos nacidos de la voluntad de la carne ni de la voluntad del hombre, como la de los religiosos que quieren hacernos religiosos o la de los ateos que quieren hacernos ateos, nosotros somos hijos de Dios. Somos de Él y para Él, servimos al Señor Jesús, quien sirvió de ejemplo sobre cómo ser Fiel hasta el fin. Incluso, al ser maltratado, traicionado y negado, Él Se mantuvo Fiel al Padre en Su misión.
Obispo Júlio Freitas