Sirviendo a Dios por todo el mundo, tuve la experiencia de conocer el desierto de Atacama, en Chile, que es el desierto más árido del planeta. Transitando por el camino que atraviesa el Atacama, vemos de ambos lados solamente el cielo y, alrededor, la inmensa tierra seca.
Lo interesante es que, incluso siendo el desierto más seco e inhóspito del mundo, de tiempo en tiempo el Atacama florece.
Todos nosotros estamos en el camino de la vida y, durante nuestro viaje, atravesamos también nuestros desiertos. La buena noticia es que quien tiene el Espíritu Santo dentro de sí sabe que, si incluso el desierto más seco del mundo, tarde o temprano florece, los desiertos temporarios por los que pasamos van a florecer también.
Solo debemos continuar siendo la propia bendición para Dios y para los que viajan con nosotros, rumbo a nuestro destino final, que es el Reino de los Cielos.
Me alegro al decir que, sea cual sea la parte del camino de la vida donde usted se encuentre en este momento, continúe yendo adelante, continúe siendo la propia bendición, el desierto (para usted también) tarde o temprano florecerá.
“El desierto y el yermo se alegrarán, y se regocijará el Arabá y florecerá como el azafrán.” Isaías 35:1
Colaboró: Obispo Agnaldo Silva