Todo ser vivo, por más fuerte o inteligente que sea, es incapaz de tomar cualquier actitud cuando está dormido. De la misma manera, cualquier máquina, por más potente que sea, no puede realizar ninguna operación si está desconectada. Cuando los seres vivos y las máquinas están en estado de reposo, significa que sus funciones no pueden ser ejercidas en ese momento, por más naturales o simples que puedan ser. El adormecimiento o la falta de energía los deja frágiles, vulnerables, inoperantes e inútiles.
Así también es la fe, cuando está adormecida. Para nada sirve, y no hace ninguna diferencia existir o no existir. ¿Qué provecho tiene una fuerza que no es usada, o algo que no ejerce la función que debería ejercer? ¿De qué sirve tener, si nada es hecho con lo que se tiene?
Para estimularnos a ejercitar la fe – sabiendo que, al ejercitarla, alcanzaremos todo lo que queremos y necesitamos –Dios dejó en Su Palabra lo que es necesario para despertarla. Él dejó Su dirección, en forma de mandamientos, consejos, exhortaciones y promesas; las herramientas, como las oraciones, los ayunos, los diezmos, las ofrendas y los votos; y los ejemplos, los hechos de los héroes de la fe y sus respectivos frutos.
No es con palabras o con la consciencia de lo que se debe hacer que colocamos la fe en funcionamiento, sino con actitudes.
Quizás usted Le ha reclamado a Dios porque Él no le ha dado esto o aquello, mientras que, en realidad, Él ya le dio todas las condiciones para conquistar lo que usted quiere –y esas condiciones están en su fe. La cuestión no es lo que Dios dejó de darle, la cuestión es lo que usted ha dejado de hacer con lo que Él ya le dio. ¿Qué ha hecho usted con su fe? La fe es un regalo de Dios para cada uno de nosotros, pero somos nosotros quienes elegimos si haremos un buen uso de este regalo o si lo dejamos tirado, juntando polvo.
Mientras que su fe esté adormecida, su victoria también estará en un sueño profundo. Pero el despertar de la fe es el despertar de la vida que usted desea vivir.
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