“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
(Romanos 8:33-34)
El justo juez defiende a Sus hijos. Si Le entregó su vida al Señor Jesús y se arrepintió de sus errores, nadie puede acusarlo, nadie puede condenarlo. Solo es el juez quien condena al acusado. Si el juez lo absolvió, ¿cómo alguien aún puede condenarlo? ¡Imposible!
Por eso, no acepte las acusaciones del diablo. No acepte las acusaciones en su mente. No acepte las acusaciones ni de sí mismo. Dios lo perdonó; ¿quién es usted para no perdonarse? “Pero, ¿cómo sé si fui perdonado, obispo?” No importa lo que usted hizo, si reconoció el error y hay un arrepentimiento sincero, crea: usted ya está lavado en la sangre del Señor Jesús, que sufrió en su lugar, para que usted no necesite sufrir más. La Palabra de Dios afirma eso, y Él no puede mentir.
Esa es la paz exclusiva de los hijos de Dios. La certeza de la absolución para los que no eran justos, sino que fueron justificados por Dios, a través de la fe. Aunque alguien consiga colocarlo detrás de rejas físicas, ciertamente nunca más conseguirá aprisionar su alma. Puede alegrarse: el día de su libertad llegó. Sea libre, en el Nombre de Jesús.
Usted ya fue perdonado, no acepte acusación.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo