“A mi hijo David le dieron siete tiros. Veía cómo se desangraba en la ambulancia. Él estaba en el Hospital y la doctora me decía que no sabían si viviría, lo desahuciaron. Él estaba con sonda y oxígeno. Yo estaba en la Universal, oraba y hacía los propósitos por él. Creí que Dios lo iba a salvar, no pasó ni un mes y salió.
Sin embargo, al poco tiempo lo acusaron de matar a una persona y lo vinieron a buscar. Lo llevaron esposado, a pesar de lo delicado que estaba, debía cumplir una condena de 25 años”, recuerda Hilda, su madre.
Mientras su mamá luchaba por él, el joven estaba encerrado, a punto de ser condenado. Hasta que el Grupo Socioeducativo le ofreció la ayuda que necesitaba: “Estaba en el Instituto de menores y ellos me enseñaron a orar todas las noches, que me arrodillara, para pedir perdón. Yo creí y pude ver los resultados, porque me dieron la libertad”, comenta David.
“Él está cambiado. No es la misma persona, aunque todavía le falta, se nota la diferencia. Tenía que cumplir 24 o 25 años de condena y después de un año salió. Las audiencias eran difíciles porque lo acusaban de homicidio, fue una injusticia. Dios obró, Él le dio la libertad. Es una prueba de que se puede volver de la muerte”, comenta.
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