La palabra tiene poder. Quien habla, siembra; quien escucha, cosecha, dice el dicho popular. Pero tanto uno como el otro cosechan frutos de la palabra. La falta de percepción de esto ha causado gravísimos perjuicios, no solo a los que hablan sino también a los que creen.
Muchas veces, se habla por hablar. A veces se habla debido al egoísmo de no querer escuchar. Otras, se dice cualquier cosa para no quedarse atrás. De cualquier forma, todo bla bla bla tiene sus efectos para bien o para mal.
La madre le dice a la(al) hija(o): “Si me haces esto, tu hijo te lo hará peor”. Los años pasan y le toca a la hija enfrentar situaciones peores con sus hijos. Y entonces, ella experimenta aquella “plaga” de la madre.
Pocas personas saben que la palabra tiene espíritu. Si la palabra es mala, produce tristeza, dolor y muerte. Pero, si es buena, trae alegría, salud y vida.
Jesús usaba el poder de la palabra para curar a los enfermos y liberar a los oprimidos, etc. Todo Su trabajo se resumía en el uso de la palabra.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos…” Lucas 4:18-19
Pero también usó la palabra para matar a una higuera. Con eso, dio señal del poder de la palabra también para el mal.
Quienes trabajan con los medios conocen bien este poder. De ahí la razón por la que muchos me han odiado sin conocerme. No me afectan ni me provocan odio porque no bebo de sus copas. Pero lo siento por aquellos que han bebido sus venenos.
Tenga mucho cuidado con las palabras que oye, porque “el oído prueba las palabras, como el paladar gusta lo que uno come” (Job 34:3).