La mayoría de los cristianos no sabe exactamente de lo que habla cuando se refiere al Espíritu Santo.
Algunos protestarán por la afirmación anterior. Pero en lugar de hacer eso, ¿qué tal preguntarle a otros quién es el Espíritu Santo? O preguntárselo a sí mismo.
Algunos dirán que no es necesario entender quién es Él, sino recibirlo en su vida. Están en lo correcto, por un lado, pero equivocados por otro. Recibir ¿a quién y para qué?
En una carta para el blog del obispo Edir Macedo, una fiel de la Universal declaró (al describir su conversión): “Aprendí a usar la fe y, al cumplir casi 1 año, fui liberada y recibí el Espíritu Santo.”
Ella podría llegar a pensar que tenía el Espíritu, instantáneamente, en el momento que tomó la actitud de ser verdaderamente de Dios. Incluso, podría, pues cada caso es un caso. Sin embargo, sólo tomó conciencia sobre Él en su vida, casi 1 año después de entrar a la Iglesia.
¿Eso quiere decir que ella sabía quién era Él?
El Antiguo Testamento no habla muy claramente sobre el Espíritu Santo, aunque hable sobre Él en varias partes. Aún así, Él estaba presente.
¿Cómo?
Vemos hoy que, entre otras cosas, el Antiguo Testamento muestra un gran período de preparación para la primera venida de Jesús. El Nuevo Testamento es mucho más claro cuando describe la acción del Espíritu Santo, como el Mesías en persona lo llegó a explicar muy bien:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:,
el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros.
(…)Os he dicho estas cosas estando con vosotros.
Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho.” Juan 14:15-17; 25-26
Realmente fue bien explicado, como era muy propio del Señor Jesús. De ahí, a ser bien comprendido por nosotros…
Realmente, la tarea no es fácil. Sólo que, en lugar de perder tiempo y energía sintiéndose culpable, use el tiempo y la energía para buscar el entendimiento en el propio Espíritu de Dios.
El auxilio del obispo
Con un poco de ayuda, es más fácil esa comprensión. Esa ayuda está en el Libro “El Espíritu Santo”, del obispo Edir Macedo.
Escrito de una forma simple, sin perder profundidad, el libro comienza con los versículos de Juan que leímos recién. Explica que el Espíritu Santo es “la garantía de Cristo nuestra herencia celestial y una garantía de la gloria venidera”. Y más: “Por lo tanto, los cristianos se deben fundamentar en las promesas de Jesús y confiar a la dirección del Espíritu Santo el rumbo de sus vidas, para que Él pueda guiarlos al conocimiento de la verdad.”
Partiendo desde ahí, para comprender mejor al Espíritu Santo, ya comenzamos a necesitar de Él para eso. El texto del obispo continua explicando que el Espíritu “no es una fuerza, una energía ni cualquier otra sensación, fruto de emociones. Su actuación se da en la vida del cristiano de una manera concreta y permanente.”
En el Nuevo Testamento, la presencia del Espíritu es notoria en el bautismo del Señor Jesús en el Jordán, donde aparece descendiendo de los cielos en forma de paloma (ilustración). Y más aun en el Pentecostés (Hechos 2), cuando fue enviado a la Iglesia (ilustración), bautizando a todos los que tienen un encuentro personal con Dios, en el mismo Espíritu. Sí, la verdadera relación con el Padre, por intermedio del Hijo, sólo sucede con una conexión perfecta providenciada por el Espíritu.
El Espíritu Santo establece una morada definitiva, que no se ve. No funciona como aquella persona a quien recibimos en el sofá de una sala arreglada y brillante con galletitas y café, mientras por detrás de la puerta de la sala, la casa puede ser un desorden. Él vive con nosotros, no sirve de nada esconder el desorden de la casa -nuestra vida.
El Espíritu Santo es la tercera persona en la Trinidad de Dios. Al mismo tiempo que son el Señor, son personas distintas. Y las personas no son tan solo energía. Tienen una personalidad.
El Dios-Padre nos envió al Dios-Hijo, quien le pidió al primero que nos dejara al Dios-Espíritu Santo cuando el Hijo partiera hacia los cielos.
Él nos dejó el Espíritu, pero muchos de nosotros fuimos negligentes. Al hacer eso, despreciamos aquella conexión de la que hablamos hace poco. ¿Cómo puede alguien pensar que está unido a Dios y a Jesús, sin el Espíritu Santo? ¿Cómo puede alguien creer que Su Salvación está garantizada sin Él?
Si Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿cómo puede alguien pensar que está con Él sin la última parte? Dios no es incompleto. Si quisiéramos estar en Él, obligatoriamente debemos aceptar a las tres personas de Él.
Por lo tanto, al pensar en la Trinidad como algo distante; en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo como tres que forman a Dios, ¿eso es correcto?
Casi.
Tenemos que poner a una unidad más en esta suma.
Usted. Nosotros.
La Trinidad, Dios, no se debe pensar como algo distante, si está dentro de nosotros. Dios está en usted más que usted mismo.
Sólo, así pueden funcionar los dones del Espíritu Santo y generar sus frutos en nuestra vida, de los cuales hablaremos también aquí, en otras oportunidades y con más espacio.
Sólo así es posible el tan nombrado reavivamiento.
Usted solo se volverá el siervo, el hijo que Dios quiere, si permite que el Espíritu habite en usted. Sólo así los dones funcionarán y nacerán los frutos. La santa unción del Padre y del Hijo se realiza en nosotros con el Espíritu Santo, para que entonces Dios, completo, habite en nosotros.
Con base en todo eso, es comprensible porqué muchos de los cristianos, aunque sean serios en su fe, no entienden al Espíritu Santo. Es porque no lo dejan actuar para que, sólo así, el único modo posible, Lo entiendan. De esa misma forma, en palabras y/o en acciones, alguien revestido por el Espíritu suscitaría el deseo en los hermanos, de recibirlo también, como Jesús garantizó que podemos.
El bautismo con el Espíritu Santo no es algo elitista. Es para cualquier persona que quiera de verdad la vida cristiana, pues es esencial para que sea posible. Eso es otra cosa mencionada en el libro del obispo Macedo: “Es imposible seguir al Señor Jesús sin el bautismo con el Espíritu Santo. En otras palabras, es imposible ser cristiano sin ser sellado con el Espíritu Santo!”
Con el Espírito Santo en nosotros, con Dios en nosotros, somos uno con el Señor Jesús. A partir de ese momento, el entendimiento hará que nuestros esfuerzos, nuestros pasos en dirección al Padre, sean fructíferos. No será, de ninguna manera, lo mismo que una caminata por nuestra propia cuenta y riesgo, sin saber con seguridad qué buscar o siquiera si estamos en el camino correcto, por mejor que sea nuestra intención.
“(…) Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman.”
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios,
porque ¿quién de entre los hombres conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido.” 1 Corintios 2:9-12