Así como Jesús vino al mundo para dar Su vida en rescate de muchas almas, también el Espíritu Santo vino para substituirlo, a fin de continuar Su Obra a través de Sus siervos.
Los sellados con el Espíritu Santo, obligatoriamente, tienen consciencia de sus responsabilidades respecto a la Salvación de las almas. Piensan en los perdidos todo el tiempo porque el Propio Espíritu no los deja sosegarse. Es imposible que alguien tenga el Espíritu de Dios y no piense en las almas perdidas como Él ha pensado.
La Salvación de almas es el trabajo más difícil del mundo. Tan difícil que Dios envió a Su Propio Espíritu para auxiliar en su ganancia.
Creo de todo mi corazón que la venida del Espíritu Santo no es para alabarlo, adorarlo o algo parecido, sino para capacitar a Sus siervos en ganar almas.
Prefiero ganar un alma para Jesús que vivir el resto de mis días adorando Su Nombre. Al final, ¿qué tipo de adoración, cántico o alabanza sería suficiente si dentro de mí pesa el sonido de los gritos desesperados de los que descienden al infierno?