La empatía es, básicamente, la capacidad que una persona tiene de ponerse en el lugar de otro y de ser perceptible a los sentimientos ajenos. Es muy importante para las relaciones humanas, pero necesita límites, para que no cause problemas. Es lo que afirma un estudio de la Escuela de Administración de Frankfurt, en Alemania, que reveló que el exceso de esa cualidad ayuda a aumentar el estrés.
El estudio contó con la participación de 116 hombres universitarios, que pasaron por un test de inteligencia emocional, teniendo que reconocer emociones en fotografías de personas que nunca vieron antes. Después de esa fase, cada uno tuvo que dar una conferencia profesional para una sala de jueces, que fueron instruidos a verlos con una expresión severa. Los científicos midieron el cortisol (hormona del estrés) antes y después de la segunda fase del estudio.
De esa forma, ellos constataron que los más sensibles y con más facilidad para percibir las emociones ajenas, tenían un nivel de cortisol más elevado. Además, la hormona aumentó durante la presentación y tardaba en volver a la normalidad. Los resultados comienzan a mostrar que la empatía en exceso, de alguna manera, nos hace sentirnos responsables por lo que los demás sienten. Por tener una demostración pequeña, aún no es posible afirmar que esa reacción es universal.
El peligro de las emociones sin control
El descubrimiento realizado por los investigadores confirma la idea de que todo en exceso trae perjuicios. De la misma manera que no tener empatía es un problema, tenerla en exceso también lo es, ya que causa preocupación por algo que es imposible controlar, que es lo que la otra persona siente o piensa.
No podemos ayudar a quien quiera que sea si hay exceso de sentimientos, ya que la mejor manera de orientar y tomar decisiones es a través de la inteligencia. “Muchos mezclan la fe con la emoción, tratan de sensibilizar a Dios con sus sufrimientos, pero Él no se involucra con sentimientos. Él es Espíritu, por eso actúa, decide y juzga con Su sabiduría y conocimiento”, explica el obispo Edir Macedo.
Es necesario buscar el equilibrio y saber separar muy bien las emociones de la fe, porque esa mezcla es peligrosa y puede comprometer, inclusive, la Salvación del alma. “A partir de ahora, ignore sus emociones y viva la fe genuina, que no depende de sensaciones para creer y estar bien. Decida vivir por lo que está escrito, en vez de continuar viviendo por aquello que sus sentidos pueden procesar”, orienta el obispo.
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