Las cualidades del árbol de los frutos del Espíritu Santo se completa con la novena característica: el dominio propio. Lo más importante a tener es cuenta es que las nueve características son producidas por el Espíritu Santo.
Como aprendimos en la Primera Parte: El Espíritu Santo no impone a nadie Su propia voluntad, con el objetivo que se produzca el fruto; es necesaria una disposición real del ser humano en la búsqueda de la suprema voluntad de Dios para que Su Espíritu pueda efectuar una radical transformación en su interior.
El dominio propio
Este fruto del Espíritu Santo significa un control de sí mismo ante los impulsos de la carne que nos conducen a la muerte. Todo cristiano necesita autodisciplinarse para poder alcanzar las victorias por medio del Señor Jesús.
El cristiano vive en un mundo hostil, donde se hace loco para el mundo y el mundo es loco para él. Estamos en este planeta, por lo tanto no pertenecemos a él; somos obligados a obedecer sus leyes, pero ellas son totalmente contrarias a las leyes de Dios. Una y otra vez somos colocados frente a situaciones que, dependiendo de nuestras actitudes o de nuestro dominio propio, exaltan a nuestro Señor o Lo avergüenzan.
En Proverbios 16:32, encontramos las siguientes palabras:
“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte, el que domina su espíritu que el conquistador de una ciudad”
De hecho, no existe conflicto más reñido que aquél que el hombre traba consigo mismo para dominar sus propios instintos; si no fuese la actuación del Espíritu Santo en el alma del hombre cristiano, éste jamás conseguiría dominarse a sí mismo.
Cuando el apóstol Pablo se refiere a la lucha de la carne con el Espíritu Santo y viceversa (Gálatas 5:16-21), no está queriendo decir con eso, que el material de barro de que fuimos hechos sea inútil, ¡no! Son exactamente la voluntad y los instintos de nuestro yo que luchan constantemente contra el Espíritu de Dios.
Es esa carne llamada voluntad humana o instinto que precisa ser contenida por la propia persona a través del dominio propio, que sólo puede ser verdadero si fuese un don del Espíritu Santo.
Aquellos que andan en la base de la Ley y de los mandamientos, no pueden usufructuar los frutos del Espíritu de Dios porque en sus concepciones deben hacer prevalecer la fuerza de la voluntad para ser buenos cristianos. Eso resulta imposible sin la actuación efectiva del Espíritu Santo, por la fe única y exclusiva en el Señor Jesús.
Texto extraído del Libro “Las obras de la carne y frutos del Espíritu” del Obispo Macedo