La tercera característica de quien tiene a Jesús como su Señor y Salvador es la paz. La paz es una cosa interior, un estado del alma que consiste en una relación de armonía consigo mismo y con Dios. Quien está en paz con su Creador, también lo está consigo mismo y con su semejante. Si no hay paz en el mundo, si los pueblos y las naciones no se entienden, esto es simplemente reflejo de nuestra situación individual ante Dios.
Muchos son los que claman por el nombre del Señor, que confían solamente en sus propias manos y en lo que éstas pueden producir. Otros buscan en la filosofía, en la ciencia o en otras ramas de la sabiduría humana el equilibrio interior. La paz es uno de los gloriosos frutos del Espíritu Santo de Dios en nosotros.
La Paz
La caída del hombre en el Jardín del Edén destruyó la paz que él tenía con Dios, consigo mismo, con otros hombres, con los demás seres y además con la propia naturaleza. A través de la cruz del Señor Jesús, Dios estableció nuevamente la paz, de acuerdo como está escrito: “Justificados, pues, por la fe, paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” Romanos 5:1
Por lo tanto, la paz involucra mucho más que una mera tranquilidad interior que prevalezca a despecho de las tempestades externas. Se trata de una cualidad espiritual producida por la reconciliación, perdón de los pecados y conversión del alma. En una cierta ocasión el Señor Jesús dijo: “La paz os dejo mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da.” Juan 14:27
Esa paz es una dádiva celestial, en realidad es un contacto de Dios con el alma humana por medio del Espíritu Santo que, enseñándonos lo que se refiere a Cristo, de la misma manera, nos proporciona la certeza de la tranquilidad, aún en los momentos de tempestad.
Por eso mismo, el Espíritu Santo también es llamado Consolador, es decir, en los momentos de aflicción, podemos perfectamente mantener la calma y la tranquilidad, porque el Espíritu Santo nos llena de autoconfianza y, como consecuencia, de paz inefable en el Señor Jesús.
La paz es exactamente lo contrario del odio, la discusión, la discrepancia, el conflicto, la envidia, es decir de todas las obras de la carne. De la misma manera como el niño se tranquiliza en los brazos de su madre, el cristiano encuentra sosiego en Cristo Jesús. ¡Esto es la paz!
Cualquier criatura desea la paz y la busca en todo lo que este mundo puede ofrecer, pero lo triste es que muchas veces, en esa búsqueda, muchos quedan más ansiosos y confundidos. Lo que siempre le faltó a nuestro mundo fue exactamente la paz, la armonía y la buena voluntad entre los hombres, contrariamente a lo que Dios propuso como destino.
¡Sin Dios no hay verdadera paz! ¡Sin la presencia del Príncipe de la Paz, de quien el profeta Isaías habla, no hay unión ni amor! – Jesús dijo a sus discípulos, antes de dejarlos. «Les dejo la paz, les doy mi paz». Confiados en esta herencia, podemos comprobar el resto del mismo versículo: “No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo.”
Texto extraído del Libro “Las obras de la carne y frutos del Espíritu” del Obispo Macedo