Quien se exalta a si mismo, de seguro será humillado
En la hacienda de Arlindo no había grandes plantaciones, pero en el patrio detrás de la casa, había un verdadero criadero de gallinas, que daba alegría de solo verlo.
¡Los huevos eran una belleza! No como esos de granjas y avícolas, sino con la yema amarilla, muy sabrosos.
Arlindo tenía numerosas gallinas, pero un solo gallo. Era el viejo Bastión, que reinaba en el lugar, con muchos años de buenos servicios prestados.
Todo sucedía en paz, hasta que llegó a la hacienda un gallo joven, un animal grande, llamado Fincudo. No tardó en armarse el problema. Bastión y Fincudo ni se podían ver. Por más que las gallinas fuesen muchas, cada uno de los gallos quería reinar con soberanía absoluta, lo que significaba que uno de los dos tendría que partir. ¡Ni pensar en dialogar! Tenía que resolverse por la fuerza, en una “pelea de gallos”.
La pelea fue dura. Los dos se agarraron en la puerta del gallinero, fueron a los picotazos y saltos de un lado para otro del terreno. Las gallinas cacareaban locamente por todos lados. La confusión era total, hasta que un tiempo después, el viejo Bastión, ya cansado, se dió por vencido.
Fincudo era el orgullo en persona. Miró de punta a punta todo el terreno y su cresta estaba más parada que nunca. Un momento de conquista como ese tenía que ser conmemorado con estilo. Nada más adecuado que cantar, encima del tejado. Fincudo subió a la cerca, voló al tejado del balcón, que era bajo, y no satisfecho con eso, voló a lo alto del tejado principal de la hacienda. El joven gallo calentó su pico y cantó: ¡¡¡Co-co- ro-coo!!!
El sonido fue tan alto que llamó la atención de un gavilán que volaba cerca. El ave movió fuertemente sus alas y, en un vuelo en caída, fulminante, arrebató a Fincudo del tejado, llevandolo con sus garras. Ese fue el final del pobre gallo, devorado quien sabe donde, mientras que el viejo Bastión resurgía en sus funciones de nuevo.
La fábula del gallo Fincudo muestra, en su simplicidad, una lección de un valor incalculable. Quien se exalta a si mismo será con certeza abatido. No escapará. Ese es el camino más rápido y más antiguo para la desgracia. Fue inaugurado hace mucho por el mismo satanás, pero infelizmente, este viejo y maldito camino continúa siendo muy transitado. ¡El camino es de una sola mano, que solo desciende!