Después de setenta años de exilio en Babilonia y Persia, el pueblo de Dios regresó a su tierra, que había sido reducida a ruinas. Aquellas personas tuvieron que trabajar para reconstruir, determinadas a convertirse en una nación que honraría a Dios una vez más. Cuando se reunieron para oír al profeta Esdras, él leyó las Escrituras en voz alta, y ellos se inclinaron con el rostro en tierra, sabiendo que lo que estaba a punto de suceder era algo maravilloso y santo. Estuvieron así desde el amanecer hasta el mediodía, oyendo todo lo que había sido escrito. Y cuando el peso de esas leyes y mandamientos se hizo claro, ellas lloraron, pues notaron cuánto habían ofendido a Dios, se habían olvidado de Él, pecando personalmente contra el Altísimo, y que los setenta años de exilio habían sido consecuencia de que sus antepasados también habían rechazado al Señor. Estaban lejos de Dios, y lo sabían.
Rápidamente, Esdras, Nehemías y los levitas gritaron para que el pueblo dejara de llorar, porque era un día santo. Era un día para celebrar y no para lamentarse. Sus lágrimas deberían ser transformadas en alegría. Fue ordenado que el pueblo saliera, conmemorara, comiera alimentos deliciosos, bebiera bebidas dulces y se alegrara, ¡porque Dios estaba restableciendo Su relación con el pueblo! Entonces, las personas enjugaron sus lágrimas, obedecieron lo que había sido dicho e hicieron una gran fiesta en honra al perdón y a la misericordia de Dios, en honra a su relación renovada con Él y miraron hacia adelante, hacia un futuro bendecido.
Es gracioso que, normalmente, nos imaginamos el arrepentimiento como algo que involucra un largo período de sufrimiento y un camino lento para volver a ser dignos del favor de alguien. Pero no es así como la santidad de Dios funciona. Algunas veces, la santidad exige lágrimas y lamentos, ¡y algunas veces requiere conmemoración!
¿Cómo sabemos cuando Dios requiere cualquiera de estas reacciones? Obviamente debe haber arrepentimiento – un profundo pesar por lo que hicimos y un darle la espalda activamente a ese pecado, determinados a nunca más repetirlo. Pues la Biblia dice que el lloro puede durar una noche, pero la alegría viene por la mañana (Salmo 30).
El arrepentimiento santo no fue hecho para que sea un estado constante de sentirse indigno y avergonzado. Este propósito es alcanzado en el momento en el que nuestro arrepentimiento es sincero. Entonces, no se necesita más nuestro pesar. Es el diablo quien ávidamente nos avergüenza con acusaciones, y si confundimos las condenaciones del diablo con la voluntad de Dios, estaremos presos en una trampa de la religiosidad. Solo los espíritus religiosos usan la manipulación para hacernos sentir culpables y con miedo a Dios durante días, semanas y meses. Dios quiere un arrepentimiento verdadero (no el tipo falluto que nunca tiene la intención de cambiar), para que entonces Él inmediatamente nos abrace con alegría para que podamos regresar a una relación amorosa con Él.
Observe a las emociones que motivan sus actitudes. ¿Usted se ha arrastrado hacia la iglesia lleno de culpa o con alegría de estar en la casa de Dios? ¿Tiene miedo de leer la Biblia porque parece que se está cumpliendo para todo el mundo, y no para usted? ¿Se siente aún peor después de orar porque tiene una impresión irritante de que Dios está rehusándose a oírlo? ¿Se arrepiente y arrepiente, implorándole a Dios por perdón y misericordia sin ninguna sensación de paz?
Si usted hace eso, la buena noticia es que usted les ha dado oídos a las mentiras, ¡y ahora puede ser libre de un peso que nunca debería haber cargado! No permita que nadie – ni siquiera un pastor – diga que usted debe vivir avergonzado cuando está genuinamente arrepentido. Dios levanta al humilde y abate al orgulloso. Ni bien usted pidió perdón, sea el pecado grande o pequeño. Dios quiere que conmemore, ¡aunque usted sienta que no lo merece! Tenga una comida maravillosa con su familia, cante de alegría y mire hacia adelante, hacia el futuro que Él le ha preparado, siempre que humildemente viva en obediencia a Él. Trate al día como santo con la alegría de Su Espíritu.
Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es al SEÑOR nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley. Luego les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro SEÑOR; no os entristezcáis, porque el gozo del SEÑOR es vuestra fuerza. Los levitas, pues, hacían callar a todo el pueblo, diciendo: Callad, porque es día santo, y no os entristezcáis. Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado. Nehemías 8:9-12
Colaboró: Obispo David Higginbotham