Plagas, enfermedades y guerras a semejanza de flechas con fuego han sido lanzadas contra los hombres a lo largo de los tiempos. Nada, sin embargo, en la faz de la Tierra ha impedido su sobrevivencia. No obstante, hay una maldición que ningún hombre es suficientemente fuerte para resistirse: el hechizo que transforma al hombre en una bestia. Así comienza esta historia:
En una noche muy fría, la lluvia y los vientos barrían los campos, mientras que poderosos relámpagos rasgaban la oscuridad del cielo con el brillo de sus descargas. Sobre la carretera de tierra, moviéndose lentamente, un vagabundo luchaba contra la tempestad con la ayuda de un simple cayado. Era viejo y muy delgado; su ropa no pasaba de ser una bolsa de arpillera y estaba descalzo. Tenía la barba larga y su cabello mojado caía sobre su rostro, dándole una apariencia atemorizante. Vencido por el mal tiempo, el hombre terminó tumbándose en el suelo y allí quedó.
A la mañana siguiente, pasada la tempestad, el sol resplandeció en el horizonte, trayendo de nuevo luz, calor y vida a la Tierra. Cuando algunos hombres de la ciudad más cercana tomaron la carretera para ir al trabajo en el campo, encontraron a aquel hombre aún tirado en el suelo.
Bondadosos, lo colocaron sobre una carroza y lo llevaron a la ciudad. Mientras dormía, como si estuviera muerto, aquellas almas caritativas le cambiaron la ropa, le afeitaron la barba y le cortaron el cabello. También le cortaron las uñas, le trataron las heridas, finalmente, lo dejaron sobre el heno suave. Lo providenciaron con pan y leche, que le dejaron a su lado; luego de eso, retomaron su camino hacia el campo.
El pobre infeliz estaba realmente muy débil. Eran casi las 2 de la tarde y el sol ya estaba muy alto cuando se despertó sin saber adónde estaba. Con el cuerpo aún cansado y casi sin sentidos, vio el pan y la leche y, azotado por el hambre, comió y bebió todo, casi sin respirar, y, así, cayó en un sueño muy pesado. El final de la tarde de aquel día fue suave y trajo un viento fresco que sopló calmamente en las hojas de los árboles, llevando alivio y esperanza al alma de los hombres.
Al ponerse el sol, aquel hombre despertó y solo en ese momento, se dio cuenta de los cambios en su apariencia. Pasándose las manos sobre su rostro y su cabello, inmediatamente notó que algo había sucedido. Sus manos y su ropa estaban limpias y muy diferentes de lo que eran antes. Encontrando cerca un espejo, se puso a llorar.
En ese mismo instante, fue sorpresivamente que aquellos trabajadores lo encontraron y oyeron de él lo siguiente:
“Señores, el miserable que ustedes encontraron caído sobre la tierra fue víctima del hechizo que transforma al hombre en una bestia. En mi juventud fui infectado de ese terrible mal que destruye al más fuerte de los hombres. Incluso ni los reyes pueden resistirse. Es de tal forma su alma que sobrepasa la carne y los huesos y penetra en las profundidades del alma y del espíritu.
Yo era bello y muy rico. En realidad, era un rey de un vasto imperio. Tenía alimentos y los vinos más preciosos. Me vestía de lino fino y mi corona relucía adornada de diamantes. Me dediqué a aprender la ciencia y me volví versado en muchos idiomas. En las fiestas, encantaba a la multitud con la belleza de mis versos.
Sin embargo, sin notarlo, cada día me embriagaba más y más con los elogios y la fama. Comencé a admirarme de tal forma que mandé a construir una estatua para mí mismo, toda en oro macizo, con 60 codos de altura y 6 de ancho. Quería que fuera la obra de arte más linda jamás hecha por las manos humanas.
Mi ambición llenó mi alma de codicia. Así, vi crecer las garras de un lobo feroz en mis manos. Multipliqué los impuestos sobre el pueblo y, de la misma manera que la bestia despedaza y mata, dejé morir de hambre a las viudas y a los huérfanos.
Semejante a la coraza de un animal, la vanidad hizo crecer a mi alrededor el desprecio y la insensibilidad. Determiné que todo el pueblo se arrodillara delante de mi estatua y me adorara como si fuese un dios.
No tardó en venir la justicia de Dios en mi vida. Mis enemigos se multiplicaron; por el mal que causé, creció el número de los que me odiaban. La pobreza invadió mi reino y el pueblo, hambriento, se rebeló contra mis órdenes. Invadieron el palacio y saquearon mi tesoro.
Perdí todo lo que tenía; como si fuera un gusano huí al acecho, arrastrándome igual que una víbora entre los árboles del bosque para escapar de los que querían matarme. Ciego por la maldición que me infectó, pasé a odiar a la humanidad y soñaba con mi venganza.
Los malos sentimientos de mi corazón me quitaron el sueño y amargaron mi alma. Igual a la serpiente en el desierto, empecé a vivir solo, vagando por las carreteras. Mis ojos se oscurecieron, mis dientes se cayeron y mi rostro se llenó de arrugas. Pasé a causar espanto y horror, como si fuera una bestia del campo.
¡La maldición que destruyó mi vida se llama orgullo! ¡Es el hechizo que transforma al hombre en una bestia!
Hoy, recibí de ustedes la ayuda que jamás esperé recibir. Sus corazones bondadosos trajeron gratitud y luz a mi alma ennegrecida. Les ruego, sin embargo, que nunca se olviden de esta historia que oyeron de mí y que guarden en sus corazones el hechizo que transforma al hombre en una bestia.”
Querido lector, permítame recordarle que fue el orgullo quien transformó al ángel del luz, Lucifer, en Satanás, la serpiente astuta que tentó a nuestros padres en el paraíso. La estatua de 60 por 6 forma el número 666, que representa la bestia del Apocalipsis. El número 6 en la Biblia representa al hombre, formado en el sexto día de la Creación. El número 3 representa a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El número 666 es el número del orgullo, pues representa el 6 que se repite 3 veces, o sea, el hombre que se hace dios. El rey Nabucodonosor fue víctima de esa plaga y también se convirtió en un animal. No levante una estatua de sí mismo. Cuide su corazón para no volverse una víctima del hechizo que transforma al hombre en una bestia.
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