El hombre perfecto sí existe, pero no en el sentido literal de la palabra. Claro, ese ser ideal que reúne todas las cualidades y que no tiene ningún defecto, que no pueda mejorar en nada más, realmente no existe. Ni hombre, ni mujer. Sin embargo, el perfecto, el que encaja como anillo al dedo, que responde a las expectativas como agua que mata la sed, y que está siempre buscando superarse como Apple hace con sus productos – ese sí, existe. Es raro, pero se encuentra.
¿Usted sabía que el propio Dios llama al hombre a la perfección? Algunas citas bíblicas al respecto, entre otras:
*Perfecto serás delante del SEÑOR, tu Dios. (Deuteronomio 18:13)
*Y dijo a Abram: “Anda delante de Mí y sé perfecto.” (Génesis 17:1)
*Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, aun varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes. (Efesios 4:13)
Lo interesante es que Él no llama específicamente a la mujer a la perfección, solo al hombre. Hay dos tesis sobre esto. Las mujeres dicen que sería una redundancia, pues ya son perfectas. Y los hombres dicen que sería en vano, pues ellas nunca lo serán…
Sea como sea, son los hombres quienes son desafiados a perfeccionarse. Y si Dios los llama a eso, es porque no solamente es algo posible, sino también necesario.
No es difícil entender por qué. Nosotros, los hombres, somos naturalmente conformistas, de modo general. Aun aquellos que son perfeccionistas para algunas cosas, son muy relajados para otras. Nuestra filosofía tiende a ser: “El equipo que está ganando no se toca”. Y así vamos llevando la vida. Nada de mejorar. Hasta que un día nos despertamos y estamos perdiendo 7 a 1. La mujer se va, el empleo le es dado a alguien más joven, los hijos no nos oyen más, los amigos tienen vidas más interesantes que las nuestras, y nosotros nos enojamos con Dios y con el mundo.
El único con quien nos tendríamos que enojar, claro, es con nosotros mismos. Nos detenemos en el tiempo. Nos conformamos. Nos quedamos atrás. Todo porque ya nos creíamos los mejores.
Es por esta naturaleza perezosa y presuntuosa que Dios llama al hombre, específicamente, a la perfección.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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