Él llegó con los Suyos y la impresión era que se comunicaban con el pensamiento. Mientras bajaban del barco, casi no hablaban, pero actuaban como un perfecto engranaje. Tal vez a esa altura ya habían hecho muchos viajes juntos, lograban entender el pensamiento del otro a través de la mirada.
Había escuchado mucho sobre aquel Hombre, pensé que podría observarlo mejor de lejos. Unos se preguntaban quién era Aquel que hablaba con tanta propiedad sobre las cosas de Dios, otros garantizaban que hasta los mares y el viento Le obedecían.
Por vivir en los límites de Galilea, no sabía cuán cierto era. Entonces creí mejor ver lo que Él haría sin confrontarlo.
Sucedió que después de que aquellos hombres desembarcaron, fue a su encuentro el “sucio” de la ciudad. Corriendo por las calles sin ropa y muy sucio, se arrodilló frente al líder y Lo adoró. Aun de lejos, todos pudieron escuchar las voces atormentadas que salían de adentro del hombre:
“¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes!”
¡En verdad! Yo nunca había visto a aquellos hombres por ahí, ¿cómo pudo saber el “sucio” Su nombre? Y además: ¡ese era el endemoniado de la ciudad! Todos le temían, pues vivía en los sepulcros, estaba atormentado y atormentaba a los demás día tras día. Era inútil intentar sujetarlo. ¡Ni mil grilletes eran capaces de retenerlo! Este hombre rompía todo y, a veces, huía al desierto.
Tuve que acercarme para escuchar la respuesta.
“¿Cómo te llamas?”, preguntó Aquel que parecía tener toda la autoridad en las manos y en las palabras. Era una voz serena e imperativa. Una combinación que nunca había oído en otro hombre.
Me acerqué aun más
“Legión me llamo; porque somos muchos.”
Todavía estaba cerca del “sucio”, y pude notar que la paz que el Otro tenía era inigualable. Era casi posible tocar la serenidad que emanaba de Él y que se esparcía por el aire.
Él ordenó que los demonios dejaran al hombre en paz. Allí había un pastizal con muchos cerdos, animales que impulsan el comercio y son muy importantes para sus dueños y para nosotros. Yo no estoy seguro de cómo sucedió, pero, de repente, todos aquellos cerdos estaban saltando en el mar por un despeñadero.
Cuando me di cuenta de lo que ocurría, los seguidores del Hombre se miraban preocupados y algunos de ellos murmuraron cosas que no pudimos oír. El miedo a aquel Poder era muy grande. El “sucio” ya no era más el “sucio”, pues cayó lúcido a Sus pies y lloraba agradeciendo. Mientras tanto, los dueños de los cerdos, asustados, corrían lejos.
Siendo un gadareno, conozco bien a los míos. Sé que ahora están confabulando entre sí y ya escuché rumores de que más tarde pedirán que Ese Jesús se vaya de estas tierras. Sucediendo eso o no, Lo seguiré de ahora en adelante, porque una vez que conocí el Poder de Dios, jamás me podré apartar de Él.
(*) Marcos 5:1-16, Mateo 8:28-33, Lucas 8:26-36