El término “orgullo” tiene dos acepciones principales. Por un lado, se refiere al “sentimiento de satisfacción o placer que produce algo bien hecho o que se considera valioso”. Sin embargo, también tiene una connotación negativa, ya que puede entenderse como “el exceso de estimación propia”, lo que conduce a la vanidad o a la arrogancia.
En una sociedad individualista, no es raro encontrarse con personas que encarnan esta segunda definición. A menudo, el origen de su soberbia está relacionado con buenas intenciones, simplemente creen que fueron creadas para resolver todo con su propia fuerza. No obstante, su caída es inevitable.
Este comportamiento no es exclusivo de las generaciones recientes. A lo largo de la Biblia, hay relatos que demuestran cómo el orgullo fue perjudicial, pero también cómo la humildad fue beneficiosa. Uno de ellos es la historia de Naamán, un importante general del ejército de Siria que sufría de lepra, una enfermedad incurable en esa época.
Eliseo, el profeta de Israel, le había ordenado que se sumergiese siete veces en el río Jordán para que fuera sano. Sin embargo, Naamán se ofendió, porque esperaba una solución grandiosa, acorde a su estatus. Pero sus siervos lo convencieron de que lo hiciera. Finalmente, se humilló, cumplió la orden y su piel volvió a ser como la de un niño.
Este relato, que se encuentra en 2 Reyes 5:1-27, muestra cómo el orgullo casi le impide recibir el milagro. Solo cuando dejó de lado su arrogancia, Dios lo sanó.
Asimismo, el orgullo fue el primer pecado cometido por Lucifer en el Cielo. Él era perfecto, lleno de sabiduría y hermosura, pero dejó que la soberbia lo atrapara y deseó ser semejante al Altísimo. Por eso, fue expulsado.
Es lo que sucede con muchos que alcanzan el éxito y el poder. Al conquistar una posición de destaque, esas personas comienzan a vanagloriarse y a despreciar a los demás.
El primer pecado del ser humano fue también consecuencia de ese sentimiento. La serpiente le dijo a Eva que, si comía del fruto prohibido, sería igual a Dios. Esa idea le resultó tentadora. Sin embargo, no somos ni seremos nunca como Él.
Por otra parte, cabe señalar que el orgullo se cultiva en el corazón. Por ejemplo, alguien puede elogiarte, decirte que sos humilde, y esto hacer que te llenes de arrogancia.
Otro ejemplo es cuando alguien se considera demasiado santo y puro porque ora mucho, incluso cree que es mejor que los demás y, así, le abre la puerta a la soberbia.
LA ÚNICA MEDICINA
El mayor ejemplo de humildad fue el Señor Jesús que, al ser el Hijo de Dios, podría haberse mostrado superior a los demás. Sin embargo, Él era paciente y comprensivo con las personas, no las juzgaba, al contrario, ellas se sentían cómodas con Él.
Además, Se encargó de hacer amigos. No Se aislaba de la gente ni Se creía más inteligente que los demás. Él insistió en enseñarles a Sus discípulos a comportarse de la misma manera.
La humildad es una elección. Vos podés aprenderla y practicarla con la ayuda de Dios. Si hasta hoy viviste una vida marcada por la soberbia, solo debés hacer una oración de arrepentimiento. No es necesario usar palabras bonitas, ni rebuscadas. Todo lo que Jesucristo desea es un diálogo sincero.
“Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (Santiago 4:6-7).
CARACTERÍSTICAS DE UNA PERSONA ORGULLOSA
•No reconoce sus errores y no acepta la reprensión.
•Evita pedir ayuda y, cuando lo hace, ya es demasiado tarde.
•No pide perdón. Cuando está arrepentida, no lo demuestra.
•Odia depender de alguien. Por eso, no puede delegar ni confiar.
•Quiere hacer todo a su manera porque cree que sabe más.