“¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro?”, (Mateo 23:17).
No me había dado cuenta de esta gloriosa revelación. Estaba pensando que el Señor reprueba a los sacerdotes hipócritas porque ellos no se interesaban por la importancia del Altar. En la misma proporción que sus ojos espirituales estaban bloqueados, sus ojos físicos estaban abiertos en lo que se depositaba en el Altar.
Ese ha sido el principal motivo de que la mayoría de los pastores cristianos, especialmente, los evangélicos, estén estancados en sus pecados y que estén haciendo la vista gorda a los pecados de sus fieles.
No solo se trata de enfocarse en la ofrenda sino en la consideración para con su Señor y Salvador. El que considera el oro más importante que el Altar, nunca nació del Espíritu y desprecia lo espiritual para darle prioridad a lo material. El pastor caído por el brillo del oro (la ofrenda) es similar a Lucifer cuando caminaba entre el brillo de las piedras (Ezequiel 28).
Dios conocía muy bien a Abraham y aun así lo probó. Él nos conoce bien, por dentro y por fuera, pero de igual manera permite que seamos probados, para que conozcamos el estado real de nuestra fe, que es el canal de comunión con nuestro Señor.
En cada decisión que se toma en la vida cristiana, el corazón es puesto a prueba. Dios probó Su corazón en el mismo lugar en el que probó el de Abraham, en el Monte Moriah o Calvario. Es por eso que el noviazgo y el casamiento son los momentos más delicados para que el corazón sea probado. El Altar y el oro están presentes en nuestras decisiones diarias, sea en la obra de Dios o no.
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