El secreto del éxito de Abraham está a disposición de todos. Lo que Dios hizo con él, quiere hacer con todos, pero para que sean bendecidos, es necesario pagar el mismo precio. Esto es, creer de forma práctica como Abraham creyó.
Él aceptó los términos de la sociedad con Dios y los colocó en práctica. Aceptó el desafío de obedecer Su palabra y así lo hizo. Su obediencia incondicional era la prueba de la dependencia del Altísimo. ¡Eso es fe práctica! Ese es el tipo de fe que se traduce en beneficios y cambia la vida de las personas.
En respuesta a la obediencia a Su Palabra, el Espíritu Santo actúa en sociedad, trayendo inspiraciones, revelaciones, dirección, sabiduría, conocimientos, coraje, fe… Y una vez ejecutando tal dirección, las conquistas serán la consecuencia.
Cuando Abraham fue llamado, ya era un hombre rico y tenía una vida estable. Pero, sus bienes no fueron suficientes para realizar su mayor sueño. La esterilidad de su mujer lo hacía un hombre incompleto e infeliz.
De allí la razón de aceptar el gran desafío de seguir la orientación Divina. Su pacto con Dios no resultó solo en ser el padre de muchas naciones. Lo más importante, y que ni él mismo lo podía ver, fue transformarse en el padre en la fe de todos los judíos y cristianos. En él se cumplieron las promesas de Dios.
“Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.” (Isaías 51:2)
Cuando Dios llama a alguien es para hacer alianza y hacerlo la propia bendición en este mundo. Significa que será tan bendecido como Abraham. Además de eso, se volvió referencia de Dios para su generación y las posteriores a él.
Pero es necesario saber que la sociedad con Dios va más allá de aceptar al Señor Jesús como Salvador. Ella exige sacrificio de la entrega total e incondicional, como sucedió con Abraham.
Obviamente, una alianza con Dios no involucra las mismas reglas de los seres humanos. Las reglas humanas nunca son incondicionales. Ni los matrimonios, sin las sociedades en general, por ser fallas y sujetas a su naturaleza adámica.
Pero el pacto hecho entre el ser humano y Dios tiene que ser incondicional, significa que, no puede haber condiciones de la parte humana. ¡Es todo por todo! Es el todo de la criatura humana por el todo del Creador, y viceversa. Esa es la principal regla exigida por Dios, en el primer mandamiento de la ley Divina:
“Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente.” (Lucas 10:27)
Ese mandamiento exige que el Señor Dios sea el Primero en la vida del socio. Primero que los hijos, padres, hermanos, mujer, marido, nietos e incluso de la propia vida.
En el ejemplo del pacto hecho con Abraham, se observan tres tipos de sacrificios exigidos por Dios y atendidos.
El primero fue salir de la propia tierra. Recordando que, en aquellos días, solo los fugitivos o fracasados dejaban todo hacia atrás y se aventuraban a una nueva tierra. Era la renuncia de todo su patrimonio inmobiliario.
El segundo sacrificio, fue dejar la parentela. Significaba abandonar a los parientes con su tradición religiosa tan significativa en aquellos días.
El tercero, salir de la casa de los padres. Eso significa renunciar a la posición de liderazgo jerárquica familiar dejada por el padre.
En compensación, la promesa Divina era perfecta y completa.
Primera: haré de ti una gran nación,
Segunda: y te bendeciré,
Tercera: y engrandeceré tu nombre.
Cuarta: ¡Se tu una bendición!
Quinta: Bendeciré los que te bendicen
Sexta: y maldeciré a los que te maldicen.
Séptima: En ti serán benditas todas las familias de la tierra.
Cuando los autores sagrados se refieren al número siete, se trata de perfección o plenitud. Es el caso de la referencia a los Siete Espíritus de Dios en el Apocalipsis. Los Siete Espíritus no se refieren a la cantidad de espíritus, sino a la Plenitud del Espíritu de Dios.
Se observa, en la primera promesa a Abraham, la garantía, no de tan solo un hijo, sino la construcción de una gran nación. La visión y el sueño de Abraham era de apenas un hijo, lo que ya era suficiente para hacerlo perfectamente feliz.
Pero la Grandeza de Dios no Le permite realizar cosas pequeñas. Cuando se hace una sociedad con Él es necesario pensar en grande. Incluso porque, ¿cómo asociarse al Dueño de los Cielos y de la Tierra, y desear cosas mínimas?
En una sociedad con Dios, no se puede pensar pequeño, bajo el riesgo de quedarse afuera de Su plan. La realización de los sueños va mucho más allá de todo lo que se imagina o desea y eso es lo que el apóstol Pablo enseña:
“Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros…” (Efesios 3:20)
Es claro que la realización de todos los sueños que vienen de parte de Dios no suceden de un día para el otro. Y es justamente allí que está el secreto de las bendiciones Divinas: la fe perseverante.
Ese fue otro secreto de Abraham: su perseverancia. Esperando contra la esperanza, creyó que las promesas de Dios se cumplirían tarde o temprano, independientemente de cualquier circunstancia.
No abandonó la fe en las promesas aún viendo que su carne iba consumiéndose por el paso del tiempo, y también la de su esposa. ¡Eso es lo que hace la diferencia entre cristianos y cristianos!
Muchos dicen poseer la fe cristiana e inclusive lo exteriorizan manteniendo su frecuencia en la iglesia. Pero en lo íntimo, hace mucho tiempo ya desistieron de perseguir los sueños de la fe.
¡Abraham no! ¡Él creyó contra las informaciones de sus ojos físicos, porque Aquel que hizo la promesa era y es Espíritu! Y para el Espíritu de Dios no hay límites, ni cuando hay marcas de un cuerpo envejecido.
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