La fe sobrenatural no se “encuentra en la esquina”, y mucho menos surge de cualquier manera. Es una dádiva de Dios para los llamados y escogidos, esto es, para los humildes de corazón. “En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños.
Sí, Padre, porque así te agradó” (Lucas 10:21). La fe sobrenatural es una revelación que confirma la liberación del cuerpo, del alma y del espíritu para toda la eternidad. Como cualquier otra herramienta, la fe necesita ser usada, practicada para producir resultados. Caso contrario, no funciona.
La fe, si no se practica, se transforma en un cuerpo muerto, sin espíritu. Peor que su inercia, la fe en esa situación hace aumentar su carga religiosa, que es inoperante. La falta de su ejercicio ha provocado un efecto contrario
a su naturaleza. Además de no producir beneficios, estimula la ceguera religiosa, tan presentes en los escribas y fariseos de la época de Jesús.
La obediencia a la Palabra de Dios requiere sacrificios, impuestos por la propia esencia sobrenatural de la fe. Tales sacrificios son hechos en relación a Dios, al prójimo y a la propia persona que la tiene. Job fue un ejemplo de eso. Él fue un hombre íntegro y recto, temeroso a Dios y apartado del mal. Esas características no tenían nada que ver con las costumbres y las fiestas religiosas, pero sí con su comportamiento de fe en relación a Dios; su sentimiento de justicia en relación al semejante y de conciencia limpia en relación a sí mismo.
El hecho de que Job haya sido íntegro y recto está relacionado a su conducta en relación al semejante. Fue justo en la manera de tratar a su semejante, a sus los siervos, en los negocios, con todos. Su temor a Dios está ligado a su conducta en relación al Señor: él asumía su propia fe, aún teniendo el poder económico en las manos, hecho que lo convirtió en el hombre más rico del Oriente.
Job se desviaba del mal. Esta afirmación habla respecto a su conducta en relación a sí mismo. Él protegía su fe manteniendo su conciencia pura. La vida de Job caracterizaba actitudes de justicia, misericordia y fe.
Los cultos de las tradiciones religiosas desvían a la persona de la práctica de la verdadera fe. De ahí el origen de la mayor plaga entre los religiosos en general: la hipocresía.
Los escribas y fariseos eran los mayores oponentes del Señor Jesús justamente porque dejaron la práctica de la fe, abandonaron los principios de la fe mosaica y de los profetas para envolverse con sus costumbres y fiestas
históricas. Por causa de eso, se tornaron los mayores enemigos de la Cruz.
Fue en nombre de esa tradición que los hijos de Israel conservaron la imagen de la serpiente de bronce hecha por Moisés en el desierto. Ella fue hecha apenas para aquellos días. Pero ellos guardaron aquella imagen como un ídolo. Le dieron el nombre de Neusta, como si fuese una diosa y hasta le quemaban incienso, como es posible leerlo en Números 21:9 y 2 Reyes 18:4.
Ese comportamiento de fe no tenía nada que ver con la fe de sus padres. Al contrario, lo adquirieron y lo conservaron como una tradición religiosa. Justamente lo que los escribas y fariseos hacían y aún hacen en relación a las tradiciones. Se preocupaban con la apariencia; con el lavado de las manos, del cuerpo y del plato, pero se olvidaron de la compasión, de la justicia y de la práctica de la fe.
El profundo cuidado por los discípulos hizo que el Señor se los advirtiera, y los llevara a mantenerse lejos del fermento de los fariseos. Cuando actuó así, el Señor se estaba refiriendo a la hipocresía. La hipocresía se ocupa de maquillar el fingimiento, dándole apariencia de misericordia, pureza y santidad.
Es la función del fermento en la masa: dar mejor voluptuosidad, visibilidad. El Señor consideraba a los escribas y fariseos verdaderos enemigos de la fe de Abraham por causa de la conducta fingida en relación a ella. “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando” (Mateo 23:13). Sus doctrinas y enseñanzas eran apenas apariencia.