Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija está gravemente atormentada por un demonio.
Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose Sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se postró ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo Él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora. Mateo 15:22-28
Dos cosas llamaron mi atención en este texto:
Esa mujer era griega (un pueblo que, considerando su cultura y su inteligencia, era naturalmente orgulloso y arrogante) y Le pidió al Señor Jesús que expulsase el demonio, en vez de pedir una terapia, un tratamiento o consejos – que no van más allá de vana psicología y son ineficaces cuando el problema es espiritual. Ella encaró el hecho: ¡tenía demonios!
Ese mismo día ella logró la liberación de su hija, ¿y por qué?
Porque nadie vence al diablo sin antes vencerse a sí mismo, ¡sin antes vencer al orgullo!
¡Entre un ser vacío y que después estará lleno de espíritus malignos está el ORGULLO!
¡Y entre un ser que está cargado de espíritus y después estará completamente liberado está la HUMILDAD!
Fue fácil para esta madre alcanzar la respuesta del Señor Jesús, pues ya llegó ante Él victoriosa contra su orgullo. Pero, lamentablemente, no logramos ayudar a muchas personas hoy en día, porque incluso aceptan enfrentar a Satanás, pero se rehúsan a enfrentarse a sí mismas.
¡Dios los bendiga sobremanera!
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